Cuesta más de 50.000 pesetas. ¡Como para que te pida uno la visita y lo deje por la mitad, o diga que no tira, o lo apague en el café!
Recientemente se ha presentado en La Habana, Cuba de nuestros dolores, el puro más caro del mundo, una verga de más de un palmo de largo que se presenta, acompañado de treinta y nueve más, en una caja personalizada de nácar y ébano negro recubierta de piel de no me acuerdo qué animal del tamaño de media mesa camilla. La caja, no el animal. Una preciosidad. Elegante, distinguido y exclusivo, el regalo sólo tiene un inconveniente: las cajas totales que van a circular por el mundo no pasarán de cien y costarán en torno a los dos millones y medio de pesetas. Estoy seguro de que si se lo digo en euros no le impresionará tanto. ¿Qué tiene un puro para salir a ese pastizal cada uno? Varias cosas. El Cohiba Behike, en primer lugar, es un Cohiba confeccionado con las mejores hojas de sus fincas y elaborado en una presentación inédita: no es un torpedo, ni un espléndido, ni un lancero, ni un doble corona, es de mayor grosor y de mayor largura, para entendernos. Aun así, usted insistirá: ¿qué más tiene el puro? Sigo: lo ha hecho Norma en su misma falda, la mejor torcedora de la casa, que durante un tiempo sólo se ha dedicado a eso y que, una vez ha acabado el número determinado, no ha vuelto a torcer ni uno solo. Más: la capa, u hoja externa, elegida por Robaina –no Robertico, Alejandro– es inusual en esa magnífica marca –la más imitada, la más falsificada– y la vitola es auténticamente de colección. ¿Compensa fumárselos?: pues no lo sé, pero si usted es muy rico y se puede regalar el estuche de marras no lo va a dejar de recuerdo para que las visitas la admiren y sepan lo selecto y pudiente que es usted. Cárgueselos porque deben de estar buenísimos. Hay algo más, evidentemente: es un signo de distinción muy apreciado por los aficionados. Tener esa caja es estar en un club reducidísimo en el que, como puede imaginar, proliferan los árabes, primeros en la lista, y otros cuantos que no la obtendrán en función del dinero que pongan sobre la mesa –mucha gente tiene dos kilos y medio para darse caprichos–, sino en función del interés del Sr. Cohiba –si existiera– en elegir los que más le convengan. Muchos los llamados, pocos los elegidos. Hasta qué punto tendrá valor comercial el asunto, que en una cena reciente con ochocientas personas, el fabricante sorteó ¡el derecho a una opción de compra! Exacto, no una caja, no, sino el poder gastarse la pasta y comprarla. Lógicamente, esa misma opción de compra valía el doble al día siguiente, con lo que era un auténtico regalo. Imagínese, ya puestos, el vértigo que debe causar encender un habano que le ha costado algo más de cincuenta mil pesetas: ¡como para que te pida uno una visita y lo deje por la mitad, o diga que no tira, o lo apague en el café!
Algún malintencionado sugería que, así pasaran unos días, los más cercanos a los trabajadores de la casa se las compondrían para conseguir falsificaciones idénticas a los Behike, caja incluida. No lo sé, pero seguramente no sabrán igual: muchos Cohibas comprados bienintencionadamente como recuerdo por turistas españoles en Cuba no tienen nada que ver con la magnífica marca de El Laguito. Algunos llevan, incluso, serrín en lugar de tabaco. Las más de las veces son cigarros hechos de recortes, no de hojas completas, con lo que saben parecido, pero ni por asomo tienen el mismo tiro ni la misma combustión. Son apañados para regalárselos a un fumador poco exigente, pero si usted conoce a alguno de los que está en la lista de espera de los más caros del mundo, no se le ocurra obsequiarle cualquier cutrez.
Eso sí, si tiene la pasta y quiere colgarse una medalla social imponente, cómp