Siento por Joan de Sagarra una vieja admiración que parte de su tiempo de demoledor crítico teatral y de excelente poeta hijo de mayúsculo poeta. Sagarra ha sido siempre un descreído independiente, políticamente incorrecto y burlón provocador de las santas verdades heráldicas de la Barcelona más aldeana –que la hay– y un vocero entusiasta de la ciudad más horizontal e iluminada de la piscina mediterránea. Yo amo Barcelona siempre que leo a Sagarra, cosa que hago religiosamente cada domingo en su impagable columna en La Vanguardia, ya que refleja en el espejo de una escritura asombrosamente sencilla toda el alma de la parte de la urbe que llevo más asimilada en la memoria y en el espíritu. Gracias a Sagarra vuelvo a descubrir rincones olvidados y conozco la existencia de nuevos enclaves a los que acudir en actitud casi reverencial. Es, en el mejor de los sentidos, un excelente urdidor de crónica costumbrista. Tarófilo, fumador y paseante, Sagarra, por ejemplo, es capaz de hacerme sentir la necesidad imperiosa de visitar Manresa después de haber leído un suelto prodigioso dedicado a esa ciudad que, por cercana, jamás mostré interés en indagar. Ama Italia, Sevilla y el Ampurdán, quereres todos que retratan a un amante. Con motivo de las recientes elecciones autonómicas catalanas, el acuñador del término ‘gauche divine’ –con el que se conoció a la exquisita izquierda barcelonesa de los sesenta– entrevistó a los aspirantes a presidente de la Generalitat uno a uno, sin adornarse en exceso ni exhibir el amaneramiento ideológico de una prensa –la catalana– excesivamente proclive al pensamiento único.
La dedicada al líder de ERC, el inefable Carod-Rovira, concluía con una anécdota explicativa del estado de las cosas en el principado: el bar en el que se celebró –siempre me fío de los periodistas que citan a sus entrevistados en un bar– se adornaba en una de sus paredes con un pequeño toro de Osborne –imagen maldita para la Cataluña independentista– que presidió inevitablemente toda la escena. Al salir Carod del bar, cuenta Sagarra que el propietario corrió a pedirle disculpas por la presencia de ese toro argumentando que ayudaba mucho a la venta o algo parecido. Esa explicación, que el mismo Carod no había pedido, configura una anécdota que, por descriptiva, tiene mucha más miga de la que parece. A lo que voy: hace pocos días recalé en uno de los tugurios de moda de la Barcelona de comida breve, llamado tapaÇ24, en la esquina de Diputación con paseo de Gracia. El sitio es excelente y resume buena parte del acelerón que ha dado la ciudad en el sencillo y apasionante mundo de las tapas, ese que bastantes años atrás sólo existía en La Gran Tasca, de la calle Valencia, o en La Bomba, en la Barceloneta –preparan una cosa que hace años que no encontraba en lugar alguno: ¡un magnífico huevo pasado por agua!–. Me acordé de Sagarra al pedir el vino porque el amable muchacho que atendía en un impecable catalán me trajo una originalísima carta en la que los caldos están clasificados por precios y conceptos: con aspecto de programa taurino, los más baratos están recopilados bajo el epígrafe ‘Novilladas’, siguen los de 10 euros bajo el de ‘El Paseíllo’, los de 15 con ‘Pase de Pecho’ y así sucesivamente hasta llegar a ‘Por la Puerta Grande’, donde se encuentran los caros y exclusivos. Por el medio quedan los apartados titulados ‘Verónica’, ‘Manoletina’, ‘Tercio de Varas’ y alguno más. Muy original y muy valiente habida cuenta la ñoñería absurda de una ciudad a la que su Ayuntamiento declaró ‘antitaurina’ en una sesión llena de proclamas cretinas y demagógicas. No sé si los Carodes y demás fauna sentirán un escalofrío o una náusea cuando visiten ese templo del buen comer, pero sólo el hecho de contemplar esa posibilidad ya me seduce y me complace. A tapaÇ24 no hay que ir por esa carta, sino por la excelencia de su cocina y por ver aflorar de nuevo viejas sensaciones gustativas, pero no quita para que, además, agradezcamos a unos jóvenes catalanes que no se muestren boborronamente adocenados ni políticamente temerosos. Para agradecerles que sean como Sagarra, por ejemplo. ¡Ah!, no se pierdan las alcachofas fritas ni las patatas bravas.