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12 de noviembre de 2006

Comer en Nueva York - II


 

Sigamos con la serie iniciada la semana anterior.

 

Los italianos han desarrollado una potente industria en Nueva York: sus terminales en forma de restaurante son una magnífica salida para productos como su aceite o su vino. El italiano es, básicamente, aceite de Jaén debidamente guarreado y el vino es manifiestamente mejorable, pero sus locales son acogedores, están llenos de encanto y te suelen salvar de situaciones comprometidas en las que no sabes dónde acabar, tanto en Nueva York como en otros escenarios complicados.

 

Little Italy, barrio del viejo Manhattan que está siendo cada día más comido por sus vecinos chinos, alberga muchos restaurantes mediocres.

 

Están bien para un desavío, pero ya le advierto que no comerá excelentemente. En la vecina Tribecca, mucho más de moda, más artístico, más fashion, no está mal un lugar llamado Il Tre Merle, en West Broadway con Houston, rodeado de salas de arte y tiendas exciting. Diseño cosmopolita y comida aceptable.

 

Mucho más sofisticado y esnob es Fiamma Ostrería, en Prince St, entre la 6ª Avenida y la calle Sullivan, en pleno corazón del Soho. Imprescindible reservar, ya que es un lugar mágico para muchos, especialmente a la hora de la cena. Aceptan niños, incluso.

 

Muy nombrado y celebrado es Pappardella, en Columbus Avenue. Paco Cervantes siempre me lleva a comer al Caffe Cielo, en la 8ª avenida, entre la 53 y 54: es agradable, céntrico y ajustado en precio, características que se le pueden aplicar también a Del Posto, en la 10ª, entre las calles 15 y 16.

 

Más sofisticado y elegante es Erminia, en la 83 entre la 2ª y la 3ª: muy romántico y chic, exigen llevar, al menos, chaqueta, y el precio no hay manera que baje de los 60 o 70 euros, pero es de los mejores de la ciudad. Y vale ya de italianos.

 

Si le gusta almorzar sándwiches y ensaladas –hay gente para todo–, hay un restaurante espléndido para eso en el hotel Mercer, en el 147 de Mercer St. esquina con Spring.

 

Si prefiere, en cambio, sumergirse en la sorprendente gastronomía japonesa le aseguro que no hay nada que se parezca a Nobu y a Nobu Next Door, en el 110 de Hudson Street. Es casi imposible conseguir mesa, porque cuando en Nueva York se pone algo de moda parece que lo regalen. Y no lo regalan, se lo aseguro, pero tiene estrella Michelin y no se parece a nada conocido. Es una especie de icono de Sexo en Nueva York, donde se dice literalmente eso de «eres más difícil que conseguir mesa en Nobu».

 

No es conveniente que deje la Gran Manzana sin comerse un hot dog. A no todo el mundo le gusta y, desde luego, no todos son buenos, pero el perrito caliente es, fundamentalmente, una aventura callejera. Los carritos ambulantes comienzan a aparecer a media mañana y sirven para que sacien la hambruna rápida los trabajadores de los grandes edificios, que bajan, comen, fuman y suben. A un servidor, particularmente, los que están simplemente cocidos no le satisfacen. Abre el tío una tapa y, de un líquido caliente, saca una salchicha humeante. Si no hay otra cosa, pues bueno, pero si puede elija aquellos carritos que tienen una pequeña plancha incorporada en la que les dan un pequeño pase. Un poco de mostaza, que no es mala, y se la come usted en una acera con una lata de coca-cola, cosa muy neoyorquina. Tiempo atrás se ponía un tío de éstos frente al extinto hotel Plaza, junto a la famosa macrojuguetería FAO Schwartz, y añadía a su repertorio una salchicha blanca de cerdo parecida a la butifarra absolutamente deliciosa. Pero vaya usted a saber si sigue ahí. Unos hot dogs aplaudidos y muy requeridos son los de Nathan’s, acreditada marca que nació en 1916 en el delicioso Coney Island, parque de atracciones decadente y familiar a la orilla de la playa –sí, sí, Nueva York tiene playa–, lugar al que le aconsejo que vaya a comérselos en verano tomando cualquiera de las líneas amarillas del metro.

 

La semana que viene, en una última entrega, les sugeriré esos locales románticos a los que está deseando llevar a su pareja desde hace años. Hay que preparar la cartera, pero no mucho más que en Barcelona o en Madrid. Por supuesto, incluiré el famoso River Cafe. Y algún que otro francés.
 


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