El título no es mío. Corresponde al ultimo libelo de Jon Juaristi. Fascinante libelo, por cierto, regado generosamente de una equilibrada proporción de talento, erudición y mala leche, que pretende bucear didácticamente en el acuario pringoso del nacionalismo vasco y que utiliza del recurso literario de un padre al que señalar –sin asomo kafkiano-- las arenas movedizas en las que se ha criado y que a punto han estado de absorberle sin piedad.
Sostiene Juaristi, en medio de un magnífico derroche de sentido del humor, que los padres de aquellos que han muerto jóvenes y que han matado estúpidamente no hicieron más que mentir: cargaron a hombros con la Ley Vieja de aquel chalado visionario llamado Sabino Arana, la transmitieron y ello ocasionó que se acabara pasando a la acción terrorista como consecuencia práctica del nihilismo. Adecuaron metafísicamente Iglesia y Nación, convirtieron el catolicismo en una religión tribal –en etnocristianismo-- y se deslizaron encantados por las rampas aceitosas del racismo: Setién, sin ir más lejos. El mitrado vasco, intelectual dubitativo y escurridizo, jamás ha dado la cara por nadie, dice el autor, aunque muchos tengamos la sensación de que sólo la ha dado, si acaso, por los valientes muchachos de la pistola y la capucha.
Al todopoderoso Partido Nacionalista Vasco y a sus voluntariosos apéndices les ha venido el franquismo como anillo al dedo. De hecho, son de los pocos que siguen hablando del franquismo con la metódica costumbre del goteo malayo, a pesar de que este se suicidara políticamente en el año 77: la victoria de la República hubiera supuesto el fusilamiento inmediato de los que se rindieron en Santoña
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