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30 de noviembre de 2002

Abróchense los cinturones


«El paso reivindicativo de los pilotos y la contundencia exagera de sus medidas de presión sobre el paisaje juegan en su contra; sin embargo habrá que concederles una oportunidad en este nuevo planteamiento de sus estrategias»

Los pilotos de Iberia tienen mala prensa. A pesar de gozar de una excelente cualificación profesional, a los comandantes con galones y gafas de sol se les percibe como unos pijos malcriados y caprichosos y como codicioso insaciables especializados en joderle las vacaciones a los pacientes viajeros españoles. Mucha responsabilidad de esa sensación corresponde exclusivamente a ellos: una inusitada soberbia les ha impedido explicar con claridad a los consumidores cada una de sus reclamaciones y un especializadísimo sentido de la inoportunidad en sus protestas ha brindado a sus oponentes empresariales el beneficio de la duda. No han sabido explicar que un piloto de aeroplanos tiene menor esperanza de vida que el resto, que están sometidos a exhaustivos controles e inspecciones, que están expuestos a tantas radiaciones como los mineros de uranio y que sus salarios, respetables pero tampoco descomunales, corresponden a la responsabilidad de su trabajo y son los segundos más bajos de Europa. Todo se reduce a un estereotipo de señoritos insuflados incapaces de solidarizarse con sus semejantes, sean pasajeros o personal de tierra. Ello, evidentemente, es injusto, como toda generalización gremial. Recientemente han puesto en práctica un cambio estratégico en sus protestas y han decidido, afortunadamente, no repercutir sobre el viajero los desencuentros salariales con la empresa: en un par de ocasiones han convocado huelga, pero a la japonesa, con unos servicios mínimos del 95 por ciento y una mayor capacidad didáctica de sus reivindicaciones. Todo para reclamar mejoras retributivas en lo que será el VII Convenio. Pero no sólo para eso. O no principalmente para ello, ya que el Laudo dictado después del sorprendente cierre empresarial del pasado mes de junio está pendiente de sentencia tras haber sido recurrido por el colectivo.


Iberia es de las pocas compañías aéreas que ha presentado un balance espectacularmente positivo tras los hechos de 11 de Septiembre. En realidad, la compañía española aprovechó el escenario de crisis mundial para efectuar una no disimulada reestructuración de plantillas y una agilización —irresponsable, a decir de pilotos y mecánicos— de los controles estándares de seguridad elementales de la flota. EL SEPLA acusa a Iberia de primar más el aspecto económico que la calidad en el mantenimiento de las aeronaves, y lo justifica adjuntando datos poco tranquilizadores: la flota de los 8 B-747 —conocidos como «Jumbos»— de que dispone la compañía ha registrado la poco habitual incidencia de 12 paradas de motor desde e mes de julio. Pasar, no ha pasado nada, pero se suman a ello fallos en el tren de aterrizaje de otros aviones o el desprendimiento de una parte del fuselaje de otro aeroplano recientemente revisado (el piloto que comunicó el incidente a Aviación Civil fue «desprogramado» durantes unos meses) y que pudo causar una auténtica tragedia. Ni que decir tiene que las deficiencias técnicas —todo los menores que se quieran, pero deficiencias al fin— causan un evidente deterioro en el servicio: muchos de los retrasos de la compañía pueden perfectamente achacarse a este tipo de cuestiones.


Evitar alarmas colectivas aconseja mucha prudencia en este tipo de denuncias. A nadie le hace gracia subirse en aviones de los que los mismos conductores y mecánicos dicen que están poco revisados por el encogimiento presupuestario de la compañía. Una desbandada de despavoridos clientes no hace favor a nadie. Pero tampoco parece aconsejable negativa rotunda de la directiva de Iberia a valorar cautelarmente todo este tipo de incidencias y a tomar medidas repar


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