«Establezcan la comparación con cualquiera de los asesinos que recuerden, pertenezcan o no al terrorismo nacionalista. Acabarán preguntándose, indefectiblemente, por qué es tan barato matar en España»
Es más que probable que sean muy pocos los ciudadanos españoles que resulten sorprendidos por la noticia de la excarcelación del asesino de ETA Ramón Gil Ostoaga a los escasos ocho años de entrar en prisión. Cosas de esas ya no llaman la atención. Total, Ramoncito sólo había asesinado a cinco personas y tan sólo acumulaba una pena de trescientos años de cárcel. Las cuentas en la justicia española son así: si te condenan a tres siglos basta con que cumplas ocho años para que llegue un juez —Ruth Alonso— y con la bendición de la Audiencia Nacional te conceda el tercer grado penitenciario que te permite marcharte a casa tan ricamente. No importa que en ningún momento hayas manifestado arrepentimiento alguno o que, incluso, fueras protagonistas de diversas huelgas de hambre en la prisión para obtener aún más prebendas de las que habitualmente gozan los presos terroristas vascos. No importa. Ocho años son ya suficientes para purgar cinco muertes de cinco vidas inocentes. De hecho, cuatro de ellas resultan absolutamente gratis: por uno solo de esos asesinatos ya habría de haber purgado esos años de encarcelamiento, con lo que las cuatro restantes son de regalo.
Hagan memoria: ¿recuerdan el nombre del asesino de Robert Kennedy? Efectivamente: Shirham Shirman. Corría el año 68, el hermano de John estaba a punto de alcanzar la nominación demócrata a la Presidencia de su país y fue asesinado en corto, con dos disparos en la cabeza en un hotel de California. Su asesino, por si tienen algún tipo de dudas, aún sigue en prisión. ¿Recuerdan el nombre del chiflado que disparó a John Lennon? Eso es: Mrk Chapman. Recientemente se especuló en los EE.UU. con la posibilidad de que se revisara su situación penitenciaria y fue su viuda, Yoko Ono, la liberalísima y progresísima Yoko Ono, la que se negó en redondo a que el asesino de un mito saliera a la calle. Dijo que sería como matar de nuevo a su marido. En la cárcelanda. ¿Recuerdan al satánico asesino que lideraba la secta que mató, en auténtica carnicería, a Sharon Tate, la esposa embarazada de Roman Polanski? Bien también: Charles Manson. Pues en prisión sigue y deben haber pasado unos cuarenta años prisión sigue y deben haber pasado unos cuarenta años más o menos. Las posibilidades de que alcance un tercer más o menos. Las posibilidades de que alcance un tercer grado son, digamos, ciertamente remotas. Establezcan ahora la comparación pertinente con los asesinos españoles más notables, casi todos ellos miembros de la banda terrorista ETA. Establezcan la comparación con cualquiera de los asesinos que recuerden, pertenezcan o no al terrorismo nacionalista. Acabarán preguntándose, indefectiblemente, por qué es tan barato matar en España. E igual de probable es que no encuentre respuesta pronta.
Ruth Alonso, la muy valiente y dispuesta juez de vigilancia penitenciaria del País Vasco, ha considerado —junto a alguna que otra lumbrera de la Audiencia— que podemos permitirnos el lujo de ser diferentes una vez más, que podemos despreciar, de nuevo, la memoria de las víctimas asesinadas por el condenado a tres siglos. Francia puede condenar a cadena perpetua a Carlos, el temible terrorista venezolano que sembró la muerte durante un par de décadas, pero nosotros, garantistas de pacotilla, somos incapaces de mantener más de ocho años en prisión a un sangriento asesino al que hemos tratado a cuerpo de rey durante su estancia en las cárceles.
Crecerá la controversia, se expondrán las diferentes excusas procesales, se cruzarán las acusaciones de tribunal a tribunal, se escuchará tímidas propuestas de reforma, se lamentará la laxitud de nuestro có