¿Es usted, monseñor, el mismo Sánchez que yo conocí en una interesante comida compartida con Joaquín Luis Ortega, hará de eso unos diez años, cuando laboraba yo en la COPE y cuando ni siquiera sospechaba que iban a prescindir de mis servicios a los pocos meses todavía no sé con qué excusa? ¿Es usted el mismo? Pues si lo es, uno de los dos ha cambiado, usted o yo, y creo que debe de ser usted porque yo sigo diciendo las mismas cosas que decía entonces, ya sabe, la monserga esa de que las víctimas son las buenas y los verdugos los malos, que el buen cristiano es el que está con el que sufre y no con el que hace sufrir y que la equidistancia es una forma de la tibieza aquella que hizo que Jesucristo expulsara el agua de su boca... Pero, de verdad, hombre, no me engañe, ¿es usted el mismo? Chico, mira que quiero acordarme, pero no le reconozco, no. Es que en aquellos años, cuando yo le llamaba y le entrevistaba no me decía eso de que «las víctimas, cuando se agrupan, lo hacen con ideología» o algo parecido que ha declarado usted por ahí. Bueno, por ahí no, a mis amigos de Intercontinental, que es una vieja y honrosísima radio de Madrid.
Digo que entonces incluso dejaba usted escapar algún lamento contrito ante determinadas actuaciones de su colega Setién; ya sabe, aquél pájaro que decía que no hay que querer a todos por igual y que lo llevaba a la práctica queriendo mucho más a los asesinos que a los asesinados. ¡Qué tiempos aquellos! Le pregunto si es el mismo porque leo y releo lo que ha dicho de las víctimas del terrorismo, lo de la misa del pobre de Gregorio Ordóñez, lo del perfil jesuítico de Arzallus, lo de sus amiguetes de Conferencia y tal y tal, y no se me viene a la memoria el color castellano de su voz un tanto masticada. Le reconozco por el crucifijo que lleva al cuello, que creo que es el mismo, o parecido, pero no por el aire desabrido con el que despacha a un colectivo, el victimario, que asegura no haber recibido de usted ni un solo mensaje durante estos años; tampoco le reconozco cuando se engaña o quiere engañarnos a los demás con lo del funeral de Gregorio, que no fue así como lo cuenta usted, picarón, que fue de otra manera; tampoco cuando se deshace en elogios con el jesuita modélico que tanto le gusta, que ha hecho del odio su primer activo vital y que tiene exactamente el mismo discurso que los que matan. Ahí es donde usted se me confunde en la espesa niebla de la memoria. ¿Usted sabía que el jesuita alemán del que habla con tanto afecto había dicho en su día que unos debían agitar el árbol y otros recoger las nueces? ¿Sabe usted lo que quiere decir «agitar el árbol»? ¿Lo sabe? ¿Sabe usted que a quienes matan son personas con ideología y que los matan precisamente por su ideología, esa que desdeña cuando mienta a las víctimas asociadas? ¿Sabe usted, querido mitrado confundido en el recuerdo, que sólo se salvan los que son de la ideología de su amigo el alemán?
Ignoro cuál es la causa concreta de ese subidón de clorhídricos del que han sido presos usted y sus compañeros de sacristía. No sé que pastilla les han deslizado en el anís de cada mañana como para que, en lugar de afrontar con valentía los desniveles de la justicia, se lancen con entusiasmo de coristas por el tobogán de las alucinaciones. Usted y sus compañeros en Cristo. Porque... ¿usted es usted?, ¿no? ¿O me estoy confundiendo? Vamos, acláremelo, que no estoy para jueguecitos. No me joda.