«En fin, no hubo suerte, Ha pasado una semana y apenas unos cuantos columnistas y un puñado de políticos han expresado su contrariedad por la redada y condena de opositores al régimen de Castro que ha liberado en persona este fascinante y barbudo líder»
En gin, no hubo suerte. Ha pasado una semana y apenas unos cuantos columnistas y un puñado de políticos han expresado su contrariedad por la redada y condena de opositores al régimen de Castro que ha liderado en persona este fascinante y barbudo líder. Ni un puñetero actor, ni un triste escritor, ni uno sólo de esos intelectuales que erigen su figura en la de garantes de nuestra seguridad y pureza ideológica han abierto la boquita para decir, al menos, mecachis. Mira que se les ha puesto el trapo; mira que se les ha centrado el balón. Sólo tenían que apuntar un tanto el gesto de embestida, tan sólo arrancarse; sólo tenían que meter un poco la cabeza y el remate iba a gol. Pues tararí que te vi. Jódete y baila, mariloli. Si acaso hemos sabido hoy que Partido Socialista propone promover un documento conjunto con el partido del Gobierno en el que se manifieste la disconformidad con las condenas a los disidentes cubanos. Lo ha manifestado López Garrido, lo que me da de pensar que debe estar trinando por tener que activar una protesta en contra de un régimen al que tantas veces ha defendido. Ni que decir tiene que el bravo Llamazares calla ante lo que debe considerar una lógica y justa aplicación de la ley (puede disimular con algún comunicado ambiguo en el que brinde por la libertad de los pueblos y esas cosas, pero poco más): en el fondo, el máximo responsable de los comunistas españoles no le va a parecer mal que el máximo responsable de los comunistas cubanos garantice su régimen eliminando disidentes. No digamos Madrazo: el socio sandio de Batasuna le preocupa que encarcelen poetas cubanos exactamente lo mismo que la suerte que puedan correr los constitucionalistas en el País Vasco, es decir, nada. Saramago, por supuesto, no ha aparecido. No se sabe nada del tío de la camiseta de «Egunkaria», aquél de las manos en las cartucheras en el numerito de los premios Max ante Gallardón. No ha abierto la boca ninguno de los habituales visitantes políticos de la isla, no la ha abierto Fraga, ni ningún columnista de los que trinan por el trato dado a los presos de Guantánamo —injusto e inhumano y por el que elevo mi protesta más ruidosa—, ni ninguno de los alcaldes que dedican buena parte de su tiempo a enviar autobuses viejos a La Habana, ni actor alguno, repito, ni director de cine alguno, ni ningún pacifista reconocido o anónimo. Nadie. No ha abierto la boca nadie. Todos callados como putas: ¿será que tienen razón y la verdad de lo que ocurre es que todo se reduce a unos cuantos contrarrevolucionarios obsesionados por derribar un régimen independiente acosado por la garra norteamericana? A ver si al final va a ser eso y llevamos media vida sin caer en la cuenta.
Los que también decimos que el Rey de Marruecos en un sultancito miserable y tirano, que la guerra de Iraq nos parecía, cuando menos, evitable, o que los mangantes políticos argentinos han asolado un país al que han desgraciado no pocos militares canallas y asesinos —por poner tres ejemplos inmediatos—, creíamos que podíamos elevar nuestra voz contra un régimen que fusila o encarcela a individuos que cometen la osadía de pedir elecciones libres. Pero no. Estamos, por lo visto, equivocados. O estamos solos, que no sé qué es peor.
Prometo no volver más al gema, tranquilos: no se imaginan ustedes lo que es mirar alrededor y ver que los que creías que iban a estar contigo se han ido todos al baile y están silbando esperando que escampe.
Nada, nada: ¡Viva Castro! ¡Viva la Revolución! Y los disidentes, al trullo, que se jodan. A ver qué se habían creído.