«Batasuna lleva años limpiando las calles de «escoria«, de españolazos, de invasores, de socialistas, de populares, de «enemigos de Euskalherría«. Limpia las calles de los pueblos a tiro limpio, a cóctel limpio, a pintada con diana…»
Pues sí, sí, tiene razón el magistrado, toda la razón: lo de Batasuna, es decir, lo del nacionalismo vasco, es limpieza étnica. Ya lo siento, de veras, ya lo siento, pero lo es. Lo siento por los muchos defensores a pecho descubierto que ha tenido y tiene el grupo independentista y filoterrorista vasco; lo siento por esos intelectuales que en toda España han dejado lo mejor de su juventud en justificar su ejecutoria paralela a la de ETA; lo siento por algunos comentaristas radiofónicos provenientes de instancias universitarias o judiciales que dedican lo más afilado de su verbo a defender «el derecho político y de expresión de todos»; lo siento por los políticos catalanes que ven a esa alegre muchachada la expresión natural del batallador y esfozardo pueblo vasco; lo siento por Miguel Herrero, por Carod Rovira, por Beiras, por Llamazares, por Cossiga, por Sánchez Gordillo, por los periodistas «dialogantes», lo siento por todos: Batasuna lleva años limpiando las calles de «escoria», de españolazos, de invasores, de socialistas, de populares, de «enemigos de Euskalherría». Limpia las calles de los pueblos a tiro limpio, a cóctel limpio, a pintada con diana, de «artefacto explosivo» en «artefacto explosivo», puerta a puerta, piso a piso, sin descanso, con esmero. Lo lleva haciendo desde que la mano abierta de la Constitución Española se lo permite ante la mirada cómplice de sus amigos de sangre vasca gobernante y de los tontos que en España son, se llamen Miguel o Antoñita. Ahora surge la voz desacomplejada de un juez y, tras ella, la riada de habituales estúpidos poniéndole gasa a la herida abierta en el cuerpo batasuno. Si estas diligencia están preñadas de reflexiones más propias de la sociología política que del lenguaje jurídico, ya se encargarán otras instancias de decidir si procede o no. Pero no le resta ni un ápice de verdad a lo que lleva años ocurriendo en los predios norteños, donde, al igual que se mata, hay incluso individuos que están dispuestos a morir por algo tan absurdo como l independencia vasca.
Y voy a parar en que tiene razón Miguel Platón, autor de algún que otro ensayo clarividente sobre estas cuestiones, cuando me comentaba la otra noche que ninguna causa justa suele ser defendida con la vida de nadie. La vida suele inmolarse sólo por causas violentas e inaceptables, jamás por la aburrida democracia suiza, por ejemplo, o por el sistema métrico decimal. Sostiene Platón —y parece que este será uno de los argumentos centrales de su próximo libro— que la práctica totalidad de los comentaristas tendedores de puentes de diálogo con los asesinos o sus representantes serían incapaces de proponer algo semejante si el terrorismo fuera de extrema derecha. Y tiene razón: ¿se imaginan a los contertulios de determinados programas de radio, tan dados a comprender «los fenómenos violentos en su contexto político», pidiendo «diálogo» con terroristas de ultraderecha? ¿A que no? ¿Por qué entonces lo consideran tan necesario cuando el terrorismo se circunscribe al área marxista o al ámbito nacionalista?
San Sebastián lucirá mañana el empeño de los irredentos ciudadanos que no se resignan a ser eternamente las víctimas de esa limpieza étnica. No podrá estar quien suscribe, lamentablemente. No pudiendo ir a Donosti este sábado dejo de estar con compatriotas valientes y decididos y dejo de ir a abrazar a mi querido y predilecto Pepe Dioni, que celebra sus primeros 25 años casado con Marina (hijo de Sevillano, no conozco vasco más vasco, corazón más abierto, a