LA carrera sucesoria llega al final: van quedando descolgados algunos de los candidatos que de forma más habitual han sido citados por esos observadores políticos a los que no hace muchos años se les acostumbraba a llamar «fuentes generalmente bien informadas». Descartados Gallardón, Zaplana y Acebes por razones bastante obvias y en las que resultaría un tanto cansino entrar, aunque baste aclarar que en el caso del alcalde de Madrid todo puede haber consistido en esa autocampaña de desgaste y desprestigio que se monta él mismo con pasmosa facilidad, quedan tres sujetos cercanos al trono un tanto caudillista del presidente en posición óptima para ser ungidos con los óleos debidos. El sprint final al que estamos asistiendo nos está brindando algunos momentos dignos de reflexión: ¿qué hace, por ejemplo, que se hable tanto de Rajoy en los últimos días?; ¿cuál es la razón por la que quieren dar por muerto a Mayor Oreja?; ¿qué temen exactamente algunos fontaneros del ascenso al poder definitivo de Rodrigo Rato?
Por partes. No es gratuito el manejo desde dentro del PP del nombre de Rajoy. Aznar debe decidir si, una vez en casa, en la ONU o en la pista de pádel quiere seguir mandando o no. No parece Rato el perfil más fácilmente manejable y ni que decir tiene que el grupo parlamentario y el propio partido estarían encantados con contar con la sombra del faraón con bigote. En ese ámbito Rajoy les parecería más adaptable y, además, mantendría -suponen- el mismo staff monclovita, seriamente preocupado por su futuro. De Rato temen una limpieza de ese diluido grupo parlamentario en el que ya casi figuran los terceros o cuartos puestos de las listas, que se habrían ido corriendo a medida que las tareas de gobierno del Estado iban requiriendo a los mejores. Y no digamos en el núcleo duro del partido, en el que las horas de Javier Arenas estarían contadas en el caso de ser Rato el señalado por el dedo campeador (el apoyo que el sevillano desliza de forma íntima por el gallego tendría ese sentido). Aznar sabe mejor que nadie que su vicepresidente económico maneja a la perfección los ámbitos claves del futuro estratégico de España: exteriores y economía. A pesar de haber dicho que no a la propuesta de ocupar el puesto que ahora ocupa Ana Palacio -también Roca Junyent dijo que no: ¡mala suerte!-, Rato sigue teniendo la mejor imagen hacia las afueras que tanto y tan bien conoce, infinitamente más que Mariano El Habano, listo y eficaz, pero sin la experiencia debida en ambos ámbitos.
¿Y Jaime Mayor, el preferido en no pocas encuestas antes de que se lo preguntaran a los del PSOE y empezaran a votar a Gallardón como si les fuese la vida en ello? Pregunten en la selecta médula que forman los pioneros de la vieja AP. Mayor Oreja proviene de la órbita democristiana y eso, dentro del PP más purista, no está contemplado precisamente como una virtud; antes bien, se le acostumbra a cargar en el debe. El pasado escapista del viejo PDP todavía queda en el cerebelo de algunos, y, por si no fuera suficiente, no pocos de sus contrarios han difundido con éxito la imagen de un hombre exclusivamente centrado en la eterna crisis vasca e inopinadamente alejado de los demás bretes en los que anda metida la Nación.
En el rededor de Aznar, no pocos expertos en fontanería y desagües pujan por Rajoy. En el partido y en los escaños del Congreso también, con lo cual, conociendo al líder supremo, más de uno piensa que el candidato, por supuesto, será Rato. O no.
Y luego está Jesús Caicedo, el alcalde de Cuevas del Almanzora, que es mi favorito, pero no le han dado cuartelillo. ¡Como se lo den!...