Es acertado lo que la Junta Electoral ha decidido acerca de los anuncios de las pensiones. Lo es, lo es: por mucho que la cosa estuviera decidida de antemano, por mucho que fuera a acabar la campaña al día siguiente, por muy cierto que fuera el contenido de la publicidad, lo es. Pero claro, en nuestro país no sólo se celebran elecciones generales, sino que, aunque muchos no se acuerden, también se decide cuál va a ser el gobierno que los andaluces nos vamos a otorgar. Quizá por ello la Junta de Andalucía está inundando los medios de comunicación con propaganda alusiva a sus supuestos méritos de gestión --que si un colector acabado, que si una carretera asfaltada, que si una escuela abierta-- con la que no está ocurriendo nada de nada: con pasmosa tranquilidad, la Consejería correspondiente nos recuerda lo imparable que resulta nuestra comunidad gracias al amparo del talento político de Chaves y sus muchachos. Añadamos que lo paga con el dinero de todos y lo reparte según ese peculiar criterio de mantenimiento de medios de comunicación con el que ha alumbrado siempre su ejecutoria y que le ha llevado, recientemente, a otorgar emisoras de radio al de siempre, al que ya las tiene todas, y a olvidar a profesionales andaluces que merecían un poco más de honestidad en su decisión. Allá cada cual, pero la vieja estrategia de dárselo todo a quien te tiene secuestrado, intentar disimular con un par de regalitos y despreciar a quienes de verdad defienden mediáticamente Andalucía donde hay que defenderla, demuestra una visión mezquina y pequeña, decepcionante, cobarde. Una visión que deja a las claras la estatura de un gobierno como el andaluz que sigue sujeto a la política mediocre de los dogmas y a la complicidad vergonzante con los nuevos terratenientes de la opinión.
Pero escribía yo sobre los anuncios institucionales que surgen en cualquier esquina --casi siempre de la misma calle-- y te asaltan como una conciencia bisbiseante que te dice que vives el inmenso privilegio de ser imparable, de pertenecer al ciclón de Europa. Somos tan imparables que hasta nos podemos estrellar de lo rápido que vamos. No se explica que, a pesar del esfuerzo y el inusitado talento de nuestros gobernantes, aún no hayamos salido del furgón de cola de todos los indicadores; pero no se alarmen que nuestra velocidad de lanzamiento es tal que cualquier día veremos caer a nuestra vera, uno a uno, a todos los que nos preceden; que son todos los que corren, por cierto. ¿Ha progresado Andalucía?: claro que sí, pero lo ha hecho gracias al empuje de su sociedad civil, no a las grandes líneas políticas de una larga serie de gobiernos grises, uniformes, cenicientos.
Me pregunto si la Junta Electoral está ya analizando el contenido de dichas proclamas. El Partido Socialista no ha dicho esta boca es mía y el Partido Popular (que debería aceptar un debate televisado) no parece haber reaccionado con agilidad, con lo que, tal vez, seguiremos sabiendo los andaluces que gracias al consejero tal se le han puesto dos inyecciones al lince pepito y se ha terminado de asfaltar el tramo siete de la autovía del 92. El debate, por supuesto, quedará otra vez solapado por el peso informativo de las elecciones generales, ni que decir tiene. No habrá excesivo lugar para preguntarse por qué razón el gobierno de Chaves acepta ahora el dinero que vayan a darle después de haberlo rechazado varias veces, por qué apoya sin fisuras las aventuras egoístas de Maragall --el que quiere que los almerienses cultivemos el tomate con saliva y no con “su” agua del Ebro-- y por qué no pone reparos a un nuevo reparto tributario que puede dejarnos con la mitad de gasolina para el “acelerón imparable”.
Se lo podrían preguntar en sus nuevas emisoras.