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23 de abril de 2004

El salvoconducto


Bendito sea el progresismo que permite a todos sus hijos sentir amparadas sus extravagancias bajo el salvoconducto de lo políticamente correcto.

Si eres progresista --de izquierdas, naturalmente--, republicano y, además, vasco o catalán, ya tienes en tu mano el pase pernocta y en tu bragueta ese calorcillo íntimo que da el saberse liberado de un elemental compromiso con la vergüenza.

Un republicano puede, véase el caso, amenazar con no hacer acto de presencia en la inauguración de la legislatura aduciendo que la presencia del Rey le estorba y la audición del Himno Nacional le molesta. Y se queda tan pancho, el muy tonto. Luego hace como que consiente y, para demostrar su elástico sentido de la tolerancia o del talante, acude y perdona la vida.

Un independentista puede asegurar que no piensa ofrecer ningún tipo de renuncia o rectificación --Ibarreche dixit-- pero que está abierto a “un diálogo sincero”, lo cual contiene una negación en sus propios términos que, sorprendentemente, no abochorna a su autor y hace que una suerte de absortos lectores resulten incapaces de reaccionar. Pero es progresista porque es nacionalista, y defender a supuestas naciones víctimas de la nación española es un signo de progreso.

Aún no entiendo bien por qué, pero es un signo de progreso. Los alegres muchachos de ERC están que lo tiran desde que comprueban que su bronca permanente, como señalaba ayer el editorial de ABC, tiene eco inmediato: son invitados a desayunos políticos, a conferencias en diferentes partes del país, a entrevistas “divertidas”, a disfrutar de los púlpitos con más repercusión; les son reídas todas las gracias, como venía pasándole a la inolvidable Pilar Rahola, que le entusiasmaba a no pocos capitalinos tontos, y se crecen en su insolencia ideológica y postural viendo que gozan del salvoconducto mentado.

Quien les censura corre el peligro de ser llamado de intolerante, pero debe aguantar la falta de tolerancia de quienes, por defender la república, no ven indecente desconsiderar a la monarquía.

La última que acaban de perpetrar es desconsiderar a los miles de andaluces --o mejor: catalanes de origen andaluz-- que celebran una multitudinaria Feria de Abril en las inmediaciones de la playa barcelonesa.

Según estos carcamales, los feriantes imponen una cultura ajena a la catalana y, además, le compran el cocacola al mismo distribuidor, con lo que, no sólo adulteran la sacrosanta Cataluña, sino que también se lo llevan crudo. Intolerable, demasiado para ellos. Pues dicen eso y no pasa nada: el salvoconducto. Qué no dirían estos mismos sujetos si algún andaluz pusiese pegas a que se bailasen sardanas en la Plaza de España de Sevilla.

Otros que tal: están ahora los nacionalistas vascos dándole una nueva vuelta a la máquina de inventar la historia con la que deslumbran y desvarían a nuevas generaciones y acaban de sacarse de la manga al Rey Sancho, al que consideran “el primer rey de euskalherría” (sic), que es una de las idioteces históricas más voluminosas de los últimos años.

El desatino toma cuerpo y el salvoconducto les garantiza que cualquiera que les señale como perfectos indocumentados sea considerado, a su vez, un reaccionario (qué poco se imaginaba sanchito que, tantos años después, su destino era estar adscrito a la Lehendakaritza). No hay remedio, vengo a decir, es así.

La limitación verbal y postural de esta serie de tipos es tal que no acostumbran a salir de dos o tres palabras: “rancio” y “casposo” suelen ser las dos más utilizadas. Artur Más acaba de añadir “cañí”, que no está mal, vistas sus restricciones. Se habla de España e, inmediatamente, pasas a se


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Comentarios 1

29/04/2004 21:01:25 José Luis
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