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31 de mayo de 2002

Don Perfecto y su panda


«Don Perfecto y su mariachi, progresistas jueces asociados, acaban de mofarse de las cerca de mil víctimas mortales de ETA y de las doloridas familias que han debido rehacer la vida desde el dolor y la indignación»

Son las siete de la tarde del día anterior a que usted lea este suelto y aún no he escuchado ni una sola reacción por parte de juez alguno que censure, disienta o rebata la sorprendente toma de postura de los magistrados del Supremo que han decidido que Arnaldo Otegui pueda dar a ETA los vivas que considere oportunos. Más aún que la descabellada e insolidaria decisión de Don Perfecto y sus dos secuaces, me resulta desoladora la ausencia de coraje en el colectivo judicial español para desembarazarse del vergonzoso corporativismo del que hacen gala con pasmosa frecuencia. Los togados del Supremo han venido a decirle al legislador que la ley no debería ser así, que no les gusta y que, a pesar de estar claro lo que ésta pretende, ellos no van a aplicar su mandato porque no les parece que esté bien hacerlo. No se trata de prevaricación, se trata de desobediencia. Entretanto, el resto del colectivo, esté o no de acuerdo con la estupefaciente decisión de este trío calaveras, sólo ha alzado la voz para reclamar respeto a su indudable integridad jurídica, no par decir que su relación es una muestra de insolidaridad civil sin precedentes. Don Perfecto y su mariachi, progresistas jueces asociados, acaban de mofarse de las cerca de mil víctimas mortales de ETA y de las doloridas familias que han debido rehacer la vida desde el dolor y la indignación: cualquier individuo surgido de las entrañas del nacionalismo asesino puede mañana repetir el vítore sin que nadie tenga a mano recurso alguno para recriminarle la acción. Poco importa que la ley establezca con claridad que la apología del terrorismo es terrorismo: Perfecto dice que no y aquí se ah acabado todo. Y se acaba porque ningún togado tiene lo que hay que tener para desmarcarse de semejante sinvergonzonada. Ni uno solo. Ni uno. Todos callados. Todos cobardes. Todos cómplices. Los mismos que aparecieron arropando a los liberadores del narco callan ahora. Los mismos que dejaron sólo a Gómez de Liaño, callan ahora. Los mismos que no dijeron ni pío cuando Bacigalupo hizo de las suyas, callan ahora. Los mismos, en cambio, que callaron cuando Felipe González llamo «descerebrados» a la profesión togada son los que ahora se rasgan las vestiduras por haber escuchado a algunos miembros del Gobierno disentir del auto de marras. Su cara dura no tiene límites, igual que su cobardía, cuando callan escondiéndose tras el perchero.


Y a todo esto, el Partido Socialista, que expresó su desagrado por la toma de postura de los Perfectos —a excepción de Jesús Caldera, víctima de una importante tostada conceptual—, acaba de dar su célebre pasito atrás para decir que el Gobierno quiere criminalizar al Supremo e intimidarle con fines abyectos. No se merece la izquierda española una apuesta semejante por la desorientación política.


Pero menos aún se merecen los españoles la injusta apuesta de los jueces por los pantanos terrenos de la ambigüedad en los que de forma tan práctica nadan y guardan la ropa los políticos nacionalistas y los demás expertos en ignorar la muerte ajena. No se merecen los ciudadanos sufridores de la justicia ese apartamiento del sentido común, esa obstinada presentación de muchos togados por ser más legisladores que juzgadores.


En viendo lo que acarrear dar vivas a ETA, me pregunto si Don Perfecto tendrá valor de empurarme por decir que sus consideraciones no dejan de ser las propias de alguien que ha perdido la vergüenza y la decencia. Y que sus compañeros de taller son una partida de timoratos, de retorcidos, de cínicos, de tunantes y de desvergonzados que abrigan la esperanza de legislar y sentenciar a la vez. Igual esto sí que<


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