Gibraltar ya es, al menos, telefónicamente español. Eso ha prometido Piqué después de tomar el té de las cinco con el atribulado Straw. Ignoro si es el primer paso de una serie de medidas tendentes a reparar la torpeza histórica con la que los gobiernos españoles han tratado el anacrónico asunto de esa pequeña cueva de piratas, pero de ser así, habrá que felicitarse por el hecho de que las autoridades españolas empiecen a considerar otra política que la del cierre de verjas.
Cuando el régimen franquista, con el autismo internacional en el que vivía, tomó la medida de aislar la colonia creyendo que caería «como fruta madura», no pudo jamás imaginar lo contraproducente que aquella torpeza iba a resultar al cabo de los años. El tiempo ha demostrado -como se lo demostrará a las autoridades norteamericanas y a sus medidas de embargo para con Cuba-que la forma más efectiva de «conquistar» un territorio es facilitar la capilaridad humana de aquellos que entran y salen con toda normalidad.
Si la frontera con Gibraltar se hubiese limitado a una calle abierta entre La Línea y la roca, con idas y venidas de personas, mercancías, negocios, cultura y costumbres, hoy podría contemplarse un territorio mestizo caracterizado por una familiaridad práctica que facilitaría enormemente las cosas. Lo que tenemos hoy, en cambio, es una población enquistada más allá del itsmo que se cree la patochada de moda de ser una nación y que mira con algo más que recelo al territorio con el que limita. ¿
Quién en su sano juicio iba a pensar que los llanitos iban a tener ganas de pertenecer a una dictadura como la de Franco? Las autoridades españolas saben bien que, a pesar de ser Gibraltar un territorio confuso, paraíso de dudosas fiscalidades, abrigo de contrabandistas y nido de usurpadores, lo que menos conviene a nuestros intereses nacionales es encapsular aún más una situación que lleva años sin moverse un ápice.
Los excelentes analistas políticos que constan en la nómina de exteriores -empezando por Piqué, que demuestra no tener mal olfato-deberán considerar un puñado de decisiones tendentes en esta dirección. La solución a esta barbaridad histórica está lejos, pero parece indudable que sólo se conseguirá interesando a los moradores de la colonia en el país al que naturalmente pertenecen: España.
Si pasados unos meses levantan las garitas fronterizas y agilizan el paso de la frontera, habremos dado un paso decisivo para que nuestros nietos -jamás nosotros -puedan contemplar otro tipo de escenario histórico.
Otra cosa, claro, será lo que pase con el norte. Eso no sabemos como acabarán estudiándolo nuestros descendientes.