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9 de julio de 2004

Riñendo a Mr. Wright


El lenguaje diplomático tiene esas cosas: dejas de invitar a un embajador a un cóctel y ya se considera como afrenta histórica merecedora de enturbiar las relaciones de dos naciones aliadas. La diplomacia hace lecturas pormenorizadas de detalles que a muchos se nos pasarían por alto y encuentra en signos nimios auténticas declaraciones de estado. Pueden parecernos ridículos, pero llevan décadas interpretando la realidad de esa manera y no los vamos a cambiar ahora.

Al embajador británico en España, Mr. Wright, le ha convocado el Secretario de Estado de Exteriores para afearle la conducta a los suyos y advertirle que el gobierno español esta muy, pero que muy enfadado con la decisión de la Armada británica de aparcar el Tireless en Gibraltar para que su tropa se dé un paseo y despeje un tanto sus incontinencias más elementales. También lo estuvo con la visita que el miembro de la familia real que más ha mimetizado en su rostro su amor por los caballos realizó a la colonia con motivo del trescientos aniversario del robo. Pero aquello parecía haberse olvidado; una decisión como la del Tireless, en cambio, que tanto desprecio encierra, se considera un estorbo en el desarrollo normal de las relaciones entre dos países pero no conlleva medida ninguna: ni se suspende ningún acuerdo, ni se interrumpen otras negociaciones, ni se bloquea operación comercial alguna. Simplemente se llama al flemático Mr. Wright y se le dice que lo que han hecho está muy feo. Mr. Wright sale de la reunión sacudiéndose la solapa y estirándose la chaqueta y se dispone a enviar un informe a su ministerio que éste se pasará, una vez más, por la junta de culatas el día que anden justos de papel higiénico. Asunto zanjado. En el Ministerio de Exteriores español, entretanto, se quedan convencidos de lo afectado que ha quedado Mr. Wright después del severísimo rapapolvo. Todo muy elegante, muy “british”.
 
Por no hacer, ni se espera que el batallador Manuel Chaves, Presidente de la Junta de Andalucía y representante sureño de los intereses de la Generalitat de Cataluña, se manifieste encolerizado junto a la verja de Gibraltar como ya hiciese la vez anterior en la que el “Jartible” --así llamado por los lugareños en traducción libre-- se plantó junto a la roca. Claro que entonces gobernaba el Partido Popular.
 
El Consejero Zarrías, eso sí, le ha pedido al gobierno la máxima firmeza ante los isleños, con lo que los andaluces ya podemos sentirnos aliviados por la enérgica defensa de nuestros intereses que han realizado los mandatarios autonómicos. Punto pelota.

El ciudadano medio, aquél que no está naturalmente avisado del delicado lenguaje diplomático, se pregunta si basta con llamar a un embajador y trasladarle la incomodidad de una situación, especialmente cuando comprueba que esa escena se repite periódicamente sin que fructifique en nada. Acostumbrado a dirimir los conflictos personales, empresariales, comerciales de manera bastante más expeditiva, queda pasmado ante lo que se supone que es una enérgica reacción que no pasa de parecerse a la de retirarle al embajador la bandeja de croquetas del cóctel de celebración del día de la independencia. Digo yo, no sé, suprimirle la señal de prohibido aparcar frente a la embajada, al menos. Multarle el coche oficial mientras está aparcado frente a la sede de exteriores esperando que acabe el chorreo. Cortarle dos días el agua a la residencia oficial. Enviarle manifestantes como antaño. Algo. Lo que sea.

Ni siquiera los ecologistas, tan batalladores en determinados momentos, han vociferado hasta el momento de escribir este libelo su indignación como sí lo hicieron en si día. Que suerte tiene este gobierno. No se queja Chaves, no lo hacen los guardianes del equilibrio ecológico; ni siquiera se quejan los actores por el envío de tropas a Afganistán…

As


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