NO es un escándalo, es un escandalazo. Comprendo la irritación de todos ustedes. Comprendo la desmoralización de los valencianos: todas las mañanas levantándose temprano para ir a trabajar y ganarse el pan con esfuerzo y denuedo, todas las noches acostándose con la incertidumbre de si al día siguiente continuará todo en orden, para darse de bruces, de pronto, con la noticia que venía calentándose desde hacía días y que nadie quería creerse a pies juntillas. Era cierto: el presidente de su comunidad autónoma ha sido pillado con las manos en la masa. Dos años de investigación de la Fiscalía han dado fruto. Dos años en los que se han puesto todos los medios al servicio de la limpieza ética, de la honradez política, de la transparencia, de la lucha contra la corrupción generalizada. No ha sido fácil: ha habido que realizar escuchas arriesgadas, hilar muy fino con las diferentes imputaciones, ligar ladinamente todo tipo de indicios e investigar sin levantar sospechas para así poder desentrañar toda una red que estaba utilizando el poder para obtener beneficios sin precedentes.
Gracias al trabajo de los hombres y mujeres de nuestra independiente y sesuda fiscalía el juez Garzón ha podido, por fin, poner negro sobre blanco lo que durante muchos años se conocerá en los libros de historia como «El Escándalo Camps». Ahora se entiende tanto sigilo, tanta sospecha, tanta filtración, tanto aforamiento, tanta impaciencia de nuestro juez campeador. Estremece sólo pensarlo. Hay que demostrarlo todavía, pero en medios bien informados por la Fiscalía se da por cierto que a Francisco Javier Camps Ortiz le han regalado tres trajes. Lo estoy escribiendo y se me están poniendo los pelos de punta. Las evidencias son definitivas, incuestionables, y no dejan lugar a dudas. Con razón la prensa que más de cerca está siguiendo el escándalo informaba que el supuesto aforado valenciano de la trama de corrupción no era otro que el presidente popular: una conversación telefónica de una imputada en la trama de Correa y la colección de presuntos mangantes que se acercó al PP con la intención de trincar, desvela que a Camps le pagaron trajes en Milano, alta sastrería valenciana de todos conocida en la que se visten los más exquisitos y elegantes financieros europeos. ¿Pruebas? Hombre, lo que se dice pruebas no hay otras que la cinta en cuestión, pero a ver quién discute el peso de la misma. Después de dos largos años de trabajo de la fiscalía se ha dado con la evidencia más palmaria. Camps dice que de eso no hay nada, que a él no le han regalado traje alguno, pero no deja de ser su palabra contra una prueba con la que el juez más garantista del mundo descargaría una condena ejemplar y severísima. Ahora saldrán los cuentistas del PP diciendo que, en el peor de los casos, no deja de ser un regalo como el que le han hecho a Garzón y Bermejo un par de semanas atrás, ya saben, cazar de gorra unos cuantos muflones. Tonterías. Menos mal que nos queda el juez y su insobornable búsqueda de la verdad. Menos mal que un hombre imparcial que no deja de ver amanecer día tras día -y que tiene que verse profundamente contrariado por la filtración que desde su juzgado se realiza puntualmente a un medio de comunicación- investiga sin prejuicios. Menos mal que la fiscalía anticorrupción sabe elegir muy bien los indicios en los que invertir los medios que el Estado ha puesto a su disposición. Es verdad que todo lo que puede achacársele hasta ahora al PP tiene que ver con dos alcaldes que ya han sido apartados de la organización, pero no hay que perder de vista lo que nos enseña la experiencia: todos los sumarios que ha instruido Garzón han ofrecido pruebas irrefutables y han conducido a sus investigados a condenas inapelables. Prepárate, Camps, trincón: ¿creías que ibas a salir indemne de ésta? Te tienen rodeado. No te escaparás, malandrín.
Y le brindo al fiscal un dato que he conocido esta misma tarde: parece ser que a Mariano Rajoy le regalan cajas de puros. Osea, que fuma algunos puros de gorra. ¿Quién? No lo sé. Que el fiscal investigue porque eso huele a chamusquina.