NO he conseguido saber lo que llevaba Carmen Chacón apuntado en su mano a modo de chuleta en la entrevista televisiva de la otra noche, pero que una ministra del Gobierno de España anote en su piel, en su delicada piel, una idea sublime al fin de no olvidarla en una comparecencia pública se me antoja un hecho tan incontrovertible como enternecedor. ¿Era, acaso, la fórmula magistral de la gaseosa? ¿Era la declinación del Hic Haec Hoc, ahora que el latín está en el punto de mira de algunas organizaciones feministas por ser idioma machista inspirador de maltratadores? ¿Era el precio de los transportes públicos de Gerona? ¿Era el trazado del AVE bajo las tripas de la Sagrada Familia? ¿Qué podía llevar impreso en la palma de su mano la encargada de la felicidad inmobiliaria del pueblo español?
Quien no haya utilizado legítimamente alguna vez una chuleta a modo de recordatorio en cualquier tipo de pruebas que levante la mano. No me culpen a la ministra de llevar notas de apoyo en comparecencias públicas. Si, además, se da el caso de que ella es «muy chuletera», según confesión pública, no veo el motivo de escarnio. Vas a una entrevista y quieres acordarte de todos los mensajes que intentas colocar. Normal. Pero... ¿por qué anotárselos a pelo en su piel de primavera detenida en lugar de blandir un par de folios con la naturalidad de quien consulta una guía de teléfonos? No me cabe duda de que la cabeza de un ministro del Gobierno de España da para almacenar más datos que un «pendrive» de 1 GB -si no ¿cómo iban a ser elegidos para tal fin?-, pero sorprende que ideas tan fundamentales como las que supuestamente manejaba Chacón en su secreto epitelial no estuvieran grabadas a fuego lento en la corteza de su cerebro. Aprovecharán los enemigos de la joven ministra -felizmente embarazada- para dudar de su capacitación y querrán establecer injustas comparaciones con ministros de aquellos que habían acumulado dos o tres cátedras y varias oposiciones a distintos estamentos del estado -se dirán los muy perversos «¿se imaginan con una chuleta en la palma de la mano a Fernández de la Mora o a Torcuato Fernández Miranda, a José María Maravall o a Clavero Arévalo?»-, pero aunque pretendan significar que hoy puede ser ministro cualquiera no conseguirán desdibujar el semblante humano de una mujer afable sorprendida en un pequeño trámite de inseguridad. No pasa nada. Tampoco es tan grave. A buen seguro la candidata número uno del PSOE por Barcelona llevaba grabada a tinta la consigna máxima de su campaña no fuera a olvidarse de lo esencial y empezara a hablar de la llegada de la alta velocidad o de los artículos de Estatut pendientes de desarrollar en lugar de atizar el fuego purificador contra el auténtico enemigo de Cataluña, el PP. Los militantes del PP no son catalanes. Sus votantes tampoco. Los dirigentes ni digamos. No merecen un lugar al sol ni un solo día de paz ciudadana. Son enemigos de la sacrosanta marca cuatribarrada. Son los culpables de todo. A la calle con ellos. Viva el Pacto del Tinell. Cordón sanitario a todas horas. Que no puedan ni respirar. Cosas así; la ministra llevaba escritas, seguro, cosas así: ideas fuertes, ideas sólidas, mensajes de indudable calado histórico, llamadas legendarias a un pueblo dubitativo en momentos de indecisión coyuntural.
Los que censuran el apoyo estratégico de la ministra en un recordatorio de mano no saben que Kennedy llevaba escrito en la manga de su camisa aquél estentóreo «Ich bin ein berliner» pronunciado ante el ayuntamiento de Schönenberg, o que Churchill leía un cartel disimulado en el techo del parlamento británico cuando estremeció a su país con su célebre promesa de «Sangre, Sudor y Lágrimas». Parece mentira que no quieran acordarse de que a Martin Luther King le soplaron por un pinganillo aquello de «Ayer tuve un sueño» o que De Gaulle era incapaz de dirigirse a la nación si un apuntador no le soplaba los discursos que le había escrito su gabinete. ¡Cuánta mala idea hay en el patio patrio! Estrecho su mano, ministra. Por cierto ¿llevaba la chuleta en la derecha o en la izquierda?