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31 de marzo de 2006

El Congreso dijo sí


No lo dijo de forma unánime, ni siquiera de forma aplastantemente mayoritaria, pero dijo sí de forma legítima y suficiente: el nuevo Estatut ya tiene el plácet para ser refrendado por el electorado catalán y para ser aplicado al segundo siguiente. Al estar dedicada una no despreciable parte del mismo a glosar la intensidad sentimental de la identidad catalana, ya puede ser puesto en circulación por las autoridades todo aquello a lo que hace referencia: siendo Cataluña una Nación, cualquier catalán está legitimado para derivar las conclusiones que de ello se desprenden, valiendo como primer ejemplo el exigir que el apelativo «nacional» sólo haga referencia a lo que se enmarque en el exclusivo marco catalán, es decir, que los organismos estatales no utilicen ese término, dando a entender que en un territorio una sola nación es posible, no dos. Habrá muchas más, es evidente, pero ese primer ejemplo es indicativo del camino que le espera a la Administración Central del Estado; todo aquello que no quepa exclusivamente en el trasteo catalán pasará a ser, simplemente, «estatal», que es como los locutores de las fincas televisivas y radiofónicas catalanas -y vascas- llaman a las entidades españolas y a las convocatorias sociales concordantes. Será Estatal la selección nacional de fútbol, será Estatal la Miss España -algún ruborizante ejemplo hemos vivido recientemente a cuenta de los concursos de belleza, resorte clave para asentar las bases del sentimiento nacional-, será Estatal la Lotería Nacional incluso cuando el gordo caiga en Cataluña, y será Estatal el Ballet Nacional de Arte Flamenco cuando actúe en Tarragona. Si quieres, bien, y si no, también. Se hará legítimo aquello que me decía hace años el mánager de una cantante catalana -extraordinaria, por otra parte- acerca de la gira que tenían programada para los meses inmediatos:

-Estamos encantados: hemos firmado un recorrido que nos va a llevar a cantar por Francia, por Italia, por Grecia y por el Estado Español.

A lo que no tuve más remedio que contestarle:

-No me digas, ¿habéis firmado un contrato que os obliga a cantar en la Comisaría de Policía de León, en la sede de la Delegación del Gobierno en Logroño, en las oficinas de Hacienda en Cádiz y en las oficinas del INEM de Cuevas del Almanzora?

Es lógico que ahora, con la redacción del nuevo Estatut, en lugar de balbucear dos excusas bobas, como si perteneciera a una promoción cualquiera de la Logse, me contestara muy ufano:

-Perdona, «maco», según el Estatut votado por las Cortes Españolas, Cataluña es una Nación y, una vez aclarado eso, España tiene que ser para los catalanes una realidad estatal.

La España plural, pues, queda instaurada desde la premisa de que España es desajustable como un puzle en la que algunas de sus piezas tienen existencia propia y no así el conjunto de todas ellas. Joaquín Leguina, sensato y brillante -aunque desconcertante- prócer socialista por todos conocido, desarrolló una interesante conferencia en la Fundación para La Libertad -la que encabeza Nicolás Redondo Terreros- en la que exhibió un demoledor sentido crítico con aquellos que han hecho posible este disparate. Se remontó al conocido encuentro socialista de Santillana del Mar, génesis de este dislate, y acabó citando a Renan cuando éste definía el concepto de nación como «un conjunto de personas que se jalean, mintiéndose sobre su pasado común». Bueno, pues Leguina ha votado que sí. Y como Leguina, otros tantos que razonan de forma semejante.

Si los catalanes se desentienden masivamente del refrendo de este estatuto se podrá argumentar que ha sido un manejo de políticos de pequeño alcance, pero si vence la corrección política del catalanismo obligatorio nos encontraremos con un panorama manejado por mánagers d


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