Demasiados necios para tan poco territorio. Si España fuese Rusia, cuya dimensión se nos escapa a los peninsulares, acostumbrados a viajar, como mucho, de Gerona a Huelva, podría diluir en el café el azúcar amargo de la necedad. Pero España mide lo que mide y en ella cabe lo que cabe. Hoy, día de la Fiesta Nacional, día de la bandera izada con reservas, día para salir del armario con una enseña liada al cuello, día de la afirmación de las muchas cosas que nos unen, día del reconcomio de unos cuantos estúpidos patrios, la sandez permanente se hace cuerpo en unos cuantos sujetos que no pueden perder la oportunidad de hacer saber que están ahí. La envidia que siempre me produjeron países como Francia o Estados Unidos se reaviva hoy cuando veo que a nadie se le ocurre en aquellos lugares hacer de la fiesta nacional una cuestión de enfrentamiento y bronca. Claro que en Francia o en Estados Unidos no hay prácticamente franceses o estadounidenses que quieran dejar de serlo y, en cambio, aquí hay unos cuantos papafritas permanentemente enfadados que sí, para los cuales el día de hoy es el paradigma del mal, el retrato de lucifer, el día de la bestia. No haga demasiado caso: si el cuerpo le pide sacar una bandera de España al balcón, hágalo sin importarle que un vecino le diga que se siente agredido. Que se contente con lo que tiene. El símbolo de esta vieja nación europea no puede quedar para los estadios de fútbol -en los que puede jugar la churretosa selección nacional- con la excusa de que su uso es agresivo y partidario. La bandera es de todos, pero es sabido que si alguno la reclama y tira de ella, entonces es que se la está apropiando. ¿Cuál es la razón por la que el PSOE se resiste tozudamente a exhibir con normalidad la bandera constitucional española?: probablemente la de que no es la suya. A los socialistas de aluvión, a los de vieja hornada, y a los de reciente factura les ocupa su corazón cualquier otra. Para los miembros del partido en Cataluña y en el País Vasco sus banderas son la Senyera y la Ikurriña, sin discusión: la sacan, la mueven, la agitan y la besan con toda naturalidad y dedicación. Para muchos de los restantes socialistas españoles la bandera de su preferencia es la republicana -la de la Segunda República, concretamente-, o la de su comunidad. Para otros, la bandera constitucional supone una bandera, sí, pero no una enseña particularmente emocionante. Es la que hay y ya está. No sienten una necesidad especial de hacer que se cumpla la ley ni siquiera en aquellos lugares en los que izar la bandera es síntoma inequívoco de libertad. Prefieren obligar por ley a que se retiren viejos símbolos del pasado que garantizar la presencia en todas las instituciones de un símbolo del presente. La Ley de Memoria Histórica que está a punto de salir del horno, sin ir más lejos, contempla castigar a los propietarios particulares de edificios que exhiban símbolos del franquismo con la retirada de cualquier tipo de subvención, que por lo visto es el peor castigo que puede recibir un español -«subvención», como saben, es el conjuro mágico de nuestro tiempo-. Todavía no hablan de entrar en las casas a fisgonear si hay una foto del abuelo siendo recibido en audiencia por el gobernador civil de la época, pero todo se andará.
En cualquier caso, hoy es el día de España, bendita nación que de larga vida goce, y ningún agorero, ningún quemafotos, ningún majadero tiene por qué aguarle a usted la fiesta en el caso de que entienda que el día de hoy merece ser celebrado. Ya sé que son muchos y que parecen no caber en el país, pero no deje que le atenacen los complejos innecesarios: luzca su bandera de España si le apetece y hágalo con toda naturalidad. Puede que el territorio sea pequeño para tanto necio, pero, ahora que lo pienso, más grande es el aire que agita el símbolo de la libertad.