ESTE Gobierno necesita, definitivamente, hacer política contra alguien. Se trata de ocupar todos los espacios, los de acción y los de reacción, los de gobernación y los de oposición, los de agua fría y los de agua caliente. En cualquier país medianamente serio se calificaría como confusa esa estrategia. En España es pan nuestro de cada día. Presidir un gobierno contradictorio no supone un lastre de imagen más allá de lo que señalan algunos medios no condicionados por deudas ideológicas. O por deudas de otro tipo. Hay uno o varios enemigos a batir, vengo a decir.
Antes de ayer fue la banca. La misma banca que apalancó operaciones muy convenientes a la conveniencias estratégicas del Consejo de Ministros. Las palabras contundentes del ministro más ocurrente del gobierno, Miguel Sebastián, no encontraron el eco esperado en los medios de comunicación; como consecuencia de ello, se instrumentó rápidamente la intervención del bombero Blanco, que a su vez fue replicado de nuevo por «el mejor economista de España» reafirmando el aserto primero. Una cosa y otra. La misma banca que tanto ha ayudado a las operaciones estratégicas de Rodríguez Zapatero y sus muchachos es hoy la causante de la paralización anquilosante de la economía española. No puede ser. Algo falla. La ascensión de Luis de Rivero a la categoría de empresario amigo precisó de no poca ayuda crediticia impulsada por la mediación gubernamental: hoy resulta ser un problema colocar las acciones que Sacyr tiene en Repsol y peligra la integridad española de una empresa altamente estratégica. Ahí la banca fue buena. No hace falta que nos imaginemos qué hubiera sido del BBVA si el asalto planeado por Sebastián hubiese llegado a buen puerto. El objetivo de impedir que los alemanes controlaran una empresa deseada por las terminales de los regentes de la Generalitat catalana precisó también de la intervención de la banca amiga: Entrecanales sirvió de pieza de puzzle para que fuera finalmente la empresa pública italiana quien controlase Endesa. Otra vez la banca colaboradora. En cambio ahora, momento en que la banca recela de abrir la mano crediticia mediante el argumento de que no pueden volver a hacer aquello por lo que se les acusa de ser causantes de la pavorosa crisis financiera -dar mucho pidiendo pocas garantías-, está haciendo perder la paciencia al gobierno.
Buscarse un enemigo casi siempre es rentable cuando hay un amplio sector de la población con motivos reales de descontento. Revela impotencia y desorientación, pero puede parecer provechoso a corto plazo. ¿Quién no tiene un problema con su banco? Ahí están los sensibles defensores de la ciudadanía. La ejecutoria de los gobiernos de ZP está llena de ejemplos de adversarios marrulleros: cuando no es la Iglesia, son las víctimas; cuando no el PP, lo es la banca, pero siempre hay un taimado enemigo dispuesto a romper el sueño igualitario, laicista y de progreso de estos grandes amigos de los pobres. Sin embargo, la táctica tiene un recorrido poco definido: el Plan de Rescate, siendo una operación homologable con la Europa de nuestro entorno, puede resultar incompleto. Moncloa sabe que un importante sector bancario va a precisar de una indeterminada recapitalización: hay cajas de ahorro que antes o después precisarán un balón de oxígeno. Algunas, de hecho, disimulan poco ese deseo seminacionalizador. La otra, la privada, sabe que nada espanta más a un accionista que la entrada en el Consejo de Administración de un enviado del gobierno. Cuando llegue ese momento ¿habrá paciencia o no habrá paciencia?
Mañana el enemigo puede ser cualquiera. El Cardenal Bertone marcha de España habiendo dejado clara la postura de la Iglesia de Roma ante desafíos políticos como el aborto, la eutanasia o el matrimonio homosexual. Lo que ayer fueron agasajos educados y cordiales mañana se transformarán en invectivas carentes de piedad verbal. Siempre habrá un miembro del gobierno dispuesto a hacer el trabajo. Un Bermejo, una Aido, otro Sebastián. Tiempo al tiempo.
En pocas palabras: Se busca enemigo. Gobierno de España.