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2 de febrero de 2007

El canto del loco


Tienes razón, Juan José: los locos pueblan el censo, proliferan por las bocacalles, determinan el curso de las cosas, escriben la poesía torcida de los días, cocinan el caldo rancio de la convivencia. Locos de atar que se convierten en escapistas, locos gregarios de la idea perversa del privilegio, locos del plomo sordo de las balas, del fuego rabioso de los cócteles, de la educación mezquina de la historia, de la interpretación retorcida del devenir. Locos de mirada iracunda, de palabra abrasada, de gesto soberbio, amenazante, acusador. Locos, locos; locos sin camisa paseando por las calles con la impunidad del pistolero, locos agazapados en tabernas apurando a grandes sorbos vasos de sangre coagulada, locos de aullido eusquérico asaltándote en las esquinas o persiguiéndote por los callejones de la permanente huida. Están locos. Y son tus locos, los que tú alimentas, a los que necesitas para seguir bebiendo los néctares del beneficio, para seguir comiendo tu dieta de nueces, que te ha dado lo que tienes. Están locos, Juan José. Vienen a comer a tu mano de cuando en cuando, y tú, así les has satisfecho, comes a su vez de la suya, y os alimentáis de ese plasma encharcado con el que edificáis una historia falsa, fantaseada, concebida en la falta de oxigenación del pensamiento. Lleváis comiendo del circuito cerrado de vuestras cosas desde que el chalado de Sabino os dictó su penúltimo vómito y no salís de ello, y así habéis construido una sociedad enferma, paranoica, estancada, ensimismada, incapaz de dejar circular las ideas y las personas, inerme ante el matonismo, ante la injusticia, ante el desafuero, ante la arbitrariedad, ante la iniquidad, ante la violencia, ante la indecencia. Es un país de locos no porque te llame un juez por codearte con cómplices de asesinos, sino por haber educado muchachotes que consideran una hombría pisotear la tumba de Gregorio Ordóñez, vasco de ley que jamás necesitó psiquiatras para establecer la frontera del bien y el mal. Por eso le mataron, porque era una amenaza para el estado de esquizofrenia imprescindible para engrasar los ejes de la carreta nacionalista con el que se gobierna el perpetuo disparate. Es un país en el que los desequilibrados dictan las normas de equilibrio, los lobos pastorean a las ovejas, los desquiciados establecen las medidas de los quicios y los psicópatas encierran a los amenazados en habitaciones acolchadas sin claraboyas. Sé que no es fácil transitar por la larga noche de las quimeras, pero los desvaríos de tanta utopía sanguínea sólo conducen al delirio. Al delirio de los locos. Locos con el color de los párpados del muerto, locos que forcejean con las sombras, con su propia lluvia ácida interior, con su respiración de viento con garfios. Son locos, fíjate, Juan José, que deambulan por las calles de tus ciudades como si lo hicieran por las tripas de algún antiguo demonio, y aún de tener apariencia normal, al poco de excitarse con el éxtasis de las patrias repentinas se transforman en autómatas del desprecio. Tienen nostalgia del antepasado y la esperanza, en su boca, se hace puro estertor. Observa bien ese velo de sangre que duerme sobre el enlosado de los días y el trazado serpenteante de la historia: parecen poblaciones pero son mutaciones del páramo, peldaños del fuego, humores biliares deslizándose entre pedruscos. Es el paisaje de los locos, de esos locos que están construyendo vuestro devenir imposible y que os arroja, poco a poco, a una épica impura. Entretanto, la ardiente comunidad de la cacería se desata ante tus narices mientras tú sonríes displicente y liberas sentencias de café.

Cantan con voz desafinada, atonal, arrítmica, el salmo estridente de un anteayer inventado y un futuro imposible. Es el canto de hienas huidizas que te asalta en cualquier pliegue del país, que te llega de noche, oculto entre brumas, atravesando los muros de toda privacidad. Es el canto que se escucha en covachas y palacios, tras las tapias derrumbadas, entreverado con la palabra del puñado de héroes del norte que aún conserva la dignidad. Escúchalo bien, Juan José, y aprende a separar las voces de los ecos. Asómate a ese precipicio y entónalo: es el canto del loco, y ya te está sonando dentro.


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