Menudo derroche de sensibilidad el de la Casa de América de Madrid renunciando a la representación en sus salas de la obra de teatro «Accidens (Matar para comer)» por sacrificarse en ésta un bogavante como parte elemental del argumento. Se ve que el actor/autor/director -que viene de representar la obra en diversos festivales de teatro vanguardista de Francia y Alemania- se permite cruzar la delgada línea roja que separa el buen gusto del malo y comerse nada menos que un bogavante después de haberlo cocido y troceado. Poco más o menos lo mismo que hacen los de la Casa de América, o usted, o yo mismo, cuando comemos bogavante; lo mismo, pero en un escenario.
Los ecologistas más excitados celebran que se haya tomado esta decisión -si es que es tal, ya que, habiendo conocido a los señores y señoras de la Casa de América y siendo éstos personas de trato afable e inteligente, me cuesta creerlo- y que se haya librado a un miembro del reino animal de una tortura tan insoportable como la del toro en la plaza. Ese bogavante tendría bogavantitos y bogavantitas -piensen qué sería de ellos-, y sería merecedor de una vida digna, de una pecera con sus roquitas y sus plantitas, de una vida en libertad o, en su caso, de una muerte aséptica en el agua hirviendo de un cocedero. Jamás, en cualquier caso, en un escenario. Los escenarios están para que Leire Pajín y nuestra Embajada en Lisboa patrocinen, en la medida de sus posibilidades, esa obra capital de la dramaturgia europea de título blasfemo con el que un dramaturgo cósmico exhibe su descomunal talento. No, en cualquier caso, para otras vanguardias marisqueras.
No se extrañen: son tiempos en los que los simios obtienen el derecho a que el Congreso de los Diputados dedique la sesión de una tarde a debatir sobre los derechos humanos que por lo visto merecen y que no seré yo quien discuta. Ese día sus señorías no tenían otra labor más urgente que instaurar una declaración reivindicativa de tal alcance que pueda permitirle a la vicepresidenta uno de sus célebres golpes de pecho en defensa de los desfavorecidos. El mismo lince que promovió la moción y que no es otro que Francisco Garrido, el diputado oficialmente verde del PSOE, trabaja ahora en otro asunto que no acabo de concebir por qué razón no se ha abordado antes que las listas de espera en los hospitales o las materias evaluables en los colegios públicos: la apostasía. No crean ustedes que a la ciudadanía le preocupa básicamente ser operada antes de que les coma el mal o de que se queden ciegos del todo o de que no puedan apoyar el pie en el suelo; no crean que sienten inquietud por saber si sus hijos van a gozar de las mismas oportunidades que los nacidos en otras partes del territorio nacional o si lo que van a estudiar les va a servir de algo algún día; no, ni mucho menos. «Cada día a más ciudadanos y ciudadanas les preocupan las enormes dificultades, o la imposibilidad, para obtener la apostasía». Son palabras de este fenómeno. ¿No lo nota usted en la calle? ¿No ve cómo la gente camina inquieta por no haber obtenido de su cura párroco un documento que garantice que le han borrado de la Iglesia?
Los fenómenos de Izquierda Unida ya se han apresurado a presentar una proposición no de ley en ese sentido. Junto con la propuesta de que policías homosexuales atiendan una línea de atención a homosexuales maltratados -ocurrencia del mismo Garrido- se completa un lote de extravagancias maravillosas que hace la mar de agradable pertenecer a una sociedad tan avanzada.
Ahora que caigo: lo mismo han liberado al bogavante porque se han enterado de que es apóstata. No lo descarten.