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2 de junio de 2006

Te quedarás aquí


El murmullo de la muerte llegaba con las primeras luces gaseosas de una mañana de junio. Siempre junio, ya ves. Ataviada de palidez y oro, recibías la estocada del dolor con el postrer protocolo del adiós, con la inconsciencia paliativa de la sangre anestesiada, con el corro quejumbroso de los avisados al duelo, con las miradas fijas de los miles de ojos curiosos e interrogantes que han hecho de las agonías su función favorita. Mucho comer los panes del lamento para, al fin, acabar en uno de ellos, largo y sostenido como la nota jeroglífica de una misteriosa canción de éxito. Adiós, Rocío. Las olas del mar que rompían contra los vagones del tren en el que te soltase de la infancia feliz rezumaban esta mañana una espuma deslucida y lánguida; veo desde aquí el mar de Chipiona y creo entender que se quiere hacer aguadulce para anudarse a tu garganta como un lazo de lluvias. Si te has de ir, que lo hagas en un largo abrazo de agua, parece decir.

Aunque no nos hagamos a ello, te llega la vigilia, ésa que en condiciones normales te borraría el relámpago de tu rostro y te haría humo perpetuo, niebla mañanera, vapor de adiós; pero tú, a fuerza de no ser normal, no puedes convertirte en una simple llama de las que se alejan en una noche de frío hasta borrarse en la línea negra de la lejanía. Tú, ahora que subes los peldaños de la luz, te quedarás hasta en el calor de tus vestidos, que seguirán latiendo sin ti. Te quedarás aquí, en los adentros de la gente, como un eco que nunca acaba de ceder a los ruidos del olvido. Te quedarás en los ojos de cena triste de tus hijos, en la mirada de matador matado de tu extraordinario marido, en el rumbo perdido de los que encontraron el calor el día en que se despeñaron en tu mirada. Quienes te conocieron, quienes te amaron, quienes te admiraron, sepas que han abierto sucursales en los cielos para tener derecho a una porción de tu recuerdo. Flores con baño de luna, coronadas de fuego, para tu despedida; las mismas flores que te fueron huidizas cuando los días eran una colección de calles para correr, vienen ahora a la ceremonia vaporosa de este pequeño ajuste de cuentas con la vida: recoge las furias metálicas que te han dejado a los pies de la cama los concienzudos buscavidas de siempre y échalas por esa ventana que te queda a la derecha de la herida. Ya nada te puede rozar. Asómate tranquila a esos balcones desde los que se ve el circo de los paisajes y míranos a todos aquí abajo, desordenados y aciagos como niños que han visto partir, por fin, los barcos de juguete, que dijo el poeta. Yo, que tanto me desordeno, procuraré que antes de que lleguen los ladrones de velas todo haya quedado resuelto para el descanso cierto de tu memoria.

Vuelven a soltarse los mastines, sí, y algunos de ellos querrán obtener alguna sabia a base de escurrir tu vida como si fuera ropa recién empapada, pero ya procuraremos señalarles con la mirada acusadora y la palabra violenta, espantarles como se hace con los pájaros negros que se alimentan de la semilla del esfuerzo ajeno. No digo que lo consigamos, son perros de mandíbula enérgica y robusta, pero habremos de defender lo que tu poderosa voz de bocina de puerto haría si tu último respiro no fuese ya un arpa rota a la orilla de los días.

Queda en paz y que la Gloria te sonría. Aquí afuera hay una cola de miles de personas que quiere besar tu mano yerta. Hemos vuelto a llenar, Rocío. Vamos, atúsate esas ojeras y sal al escenario. Mira cuanta gente. Reconócela, Rocío: es España, que te espera.


 


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Comentarios 1

29/12/2007 20:29:21 Gustavo
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