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19 de marzo de 2010

La colaboración magnífica del vecino


LA «magnífica colaboración francesa en la lucha contra ETA» empieza ya a ser un lugar común. A raíz de la muerte del gendarme francés en las afueras de París hemos vuelto a revisar los serpenteos que tomó la actitud del vecino del norte durante estos casi cincuenta años y, como colofón, siempre concluimos que ahora casi nos dan la vida. La vida la ha dado involuntariamente un pobre policía que investigaba un robo de coches, pero durante tantos años han mirado tanto a otra parte que no se puede olvidar el número de muertos en España que se hubieran evitado si los gobiernos vecinos hubieran sido decentes desde el principio. Algunos suponen que ETA ha cruzado una línea peligrosa ya que si hasta ahora eran investigados por la policía española ahora también lo serán por la francesa, y con los amigos galos no se juega. Puede que sí, pero también puede cundir la sensación de que se ha tratado de una muerte involuntaria, accidental, como sugiere el entorno etarra, y solventar el asunto con la acción concreta sobre ese grupo de activistas que robaban coches y no sobre el entramado conjunto de la banda.
 
Con la muerte de este pobre hombre, da la impresión de que Francia se haya enterado de repente de que ETA mata personas. Es como si hasta ahora hubiera estado matando focas, o merluzas, o ratones. En el fondo de los fondos, Francia ha considerado que el terrorismo nacionalista y separatista vasco era exclusivamente un problema español y que lo mejor era no meterse en líos: yo acabo por condescender y os dejo trabajar en mi territorio pero a mí no me pidáis más esfuerzo que el inevitable o el que puedan ofrecer un par de jueces concienciados. Hasta 1985 los etarras eran considerados refugiados políticos mediante status ad-hoc. Habían pasado diez años de la muerte de Franco, la democracia española había celebrado tres ejemplares elecciones generales, la descentralización del Estado se realizaba de forma inexorable, las libertades esenciales se respetaban escrupulosamente y, sin embargo, la República colindante no encontraba motivos para colaborar más intensamente. Aquel año se dio un primer paso con la retirada de ese status -con un enfado y protestas muy vivas del gobierno vasco, Garaicoechea a la cabeza- y tras no pocas gestiones de los gobiernos de González, compra de trenes incluida, Miterrand cedió. Su cesión fue gradual y no excesivamente generosa, pero sí suficiente: ustedes investiguen aquí, no hagan mucho ruido y procuren no meter la pata. La caída de la cúpula de Bidart cambió el ciclo, y a partir de entonces, un puñado de valientes hombres y mujeres se juega la vida para desactivar a una banda de pistoleros que se sentía abrigada en casa en cuanto cruzaba la frontera. Hoy me dicen que Sarkozy no tiene un resquicio de duda. Claro que lo creo porque los resultados son los que son, pero vengo a decir que siempre he echado en falta algo más, un gesto mayor que el simple dejar hacer, que el simple mirar hacia otra parte. La «magnífica colaboración» no deja de ser el deseo de esta parte de los Pirineos en que no se vuelvan atrás, pero magnífica de verdad sería si uniesen sus esfuerzos policiales a los de la Guardia Civil, la Policía Nacional y el CNI. Tienen muchas cosas en las que pensar y muchos problemas de los que ocuparse como para añadir a los mismos el terrorismo en el sur de sus fronteras, pero sólo podrán sentirse seguros el día en que la banda de asesinos que ha maltratado y torturado España durante cincuenta años quede absolutamente derrotada.
 
La muerte de este gendarme parisino puede ser definitiva es ese sentido. Tal vez sean ilusiones, pero puede que nos encontremos a las puertas de una colaboración «magnífica» con todas las letras.

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