El ánimo de los votantes, de forma cíclica, sufre importantes embestidas tras cualquier proceso electoral. La ley española permite que partidos como el de María Antonia Munar, Unió Mallorquina, controle Consejos insulares, vicepresidencias de gobiernos, alcaldías como la de Palma y consejerías importantes con tan sólo el 6,75% de los votos. Quién da más. O quién es capaz de llevarse más por menos. Va a colocar a todo su partido, que cabe en una pequeña flotilla de taxis, y va a seguir viviendo del cuento de los goznes durante cuatro años más. A la hora de redactar este artículo aún no ha decidido con quién va a gobernar, pero no hay que ser un lince para saber que, sea quien sea el elegido, lo hará con quien más le dé. Estamos ante el mercadeo electoral sin límite. Ante ello, ¿cómo no va a desanimarse el votante? ¿cómo no va a crecer la abstención? El lamentable espectáculo de los dos grandes partidos haciendo crecer la puja en la subasta por hacerse con el amor de la sirenita mallorquina nos deja de bruces ante la desalentadora realidad de la política española: auténticos perdedores, vividores de la política, se convierten en los vencedores inapelables de aquellos comicios a los que acuden a participar unos votantes cada día más abatidos, más alejados del compromiso electoral. Navarra como ejemplo colindante: Fernando Puras, el que decía que nunca se postularía como candidato a la presidencia del Gobierno Foral si resultaba elegido como tercera fuerza política, está acabando de urdir un peligroso pacto con Nafarroa Bai que le va a proporcionar, precisamente, la presidencia de ese gobierno. ¿Cómo vamos a creerle cuando asevera que bajo ningún concepto consentirá alterar el actual estatus de la Comunidad?
Argumenta el socialista que, lo que se dice quedar, él quedó el segundo ya que los nafarroes son, en realidad, una coalición de partidos y no un partido en sí; se queda tan pancho después de insultar la inteligencia de los que le votan y la de los que no le votan. En virtud de esa excusa de mal pagador, Puras está dispuesto a abrir una puerta que luego ya será muy difícil cerrar: una vez puesto el pie nacionalista e independentista en las instituciones veremos cuán complicado será deshacer el camino emprendido por unos gestores que tienen en la subvención y el amiguismo uno de los pilares de su ejecutoria.
Rodríguez Zapatero, el presidente en cuya cabeza cabe un «tío vivo» dando vueltas de forma indefinida, calcula a estas horas los riesgos de dar el visto bueno a esa unión temporal de empresas políticas: en caso de no arriesgarse podrá sortear las próximas elecciones generales sin tener que responder por tamaño desafío, pero en el caso de aprobar la coalición gubernamental deberá afinar la máquina de justificaciones para explicar a la población española que su idea es que Navarra siga siendo lo que es hoy en día. Si el presidente abriga la esperanza de recuperar las negociaciones con ETA después de una supuesta victoria en las generales deberá, previamente, bendecir la constitución de un gobierno con los troyanos de Nafarroa, lo cual comportará ciertas dificultades didácticas y algún que otro previsible contratiempo electoral. Pero desengáñense: Rodríguez cree que una España confederal, con la debida copia vasca del estatuto catalán y la incorporación de Navarra a mayor gloria de la patria vasca, calmará suficientemente a la fiera como para recuperar un proceso al que nunca va a renunciar mientras sea candidato a algo. De ahí desistir a que su Juanfer de su alma presida el gobierno canario, que le queda tan lejos, con tal de que sus planes generales se cumplan. La ley electoral juega a su favor y le permite que los perdedores se conviertan en gestores de miles de millones de lo que sea.
Ante escenarios como los descritos, la mayoría de ciudadanos experimenta el inevitable cansancio escénico de aquellos que son invitado