UNA de las grandes mentiras de la radio -hay muchas, evidentemente- es la que hace referencia a los micrófonos desconectados. Cuando alguien te dice «no te preocupes, el micro está apagado», te está diciendo una mentira involuntaria: siempre hay alguien que escucha. Bien sea por «previo», bien por «inducción», bien por lo que sea: alguien en el control o en el pasillo se entera de lo verde que estás poniendo a cualquiera. Si ese alguien es discreto la cosa no pasa a mayores. Si es un cabrito, se entera medio país. Los técnicos de radio y televisión podrían escribir libros con los testimonios recogidos de locutores, actores, actrices, presentadores, artistas e invitados en general que, creyendo estar en confidencia con el interlocutor, han soltado por esa boca la sinceridad que han disimulado con la bombilla roja encendida. Afortunadamente, los de la clavija son prudentes, discretos, y dejan para la confidencialidad familiar lo que unos piensan de otros. He contado hasta la saciedad el día en que, siendo yo novato, un técnico tan novato como yo me hizo la señal de tijera -«está cortado el micrófono»- en plena transmisión de una feria local en la que habíamos instalado una pequeña cabina de radio. Animado por el hecho de que nadie me estaba escuchando, este columnista que suscribe empezó a soltar por esa boca improperios de todo tipo sobre la insoportable y/o discutible calidad de la convocatoria, ciscándose en todo bicho viviente y lamentando el tiempo perdido en tan abominable población. Como pueden sospechar, el micrófono no estaba del todo cerrado y tan sólo escucharon mi vómito unas tres cuartas partes de la ciudad, incluidas autoridades. Ya no se trataba de asesinar al técnico: la imprudencia había sido mía. Afortunadamente salí vivo de aquella. Costó, pero salí vivo. Iñaki Gabilondo, que tiene mucha más mili que yo, concluyó su entrevista en televisión al presidente del Gobierno y, una vez desconectado el operativo, coloquialmente le preguntó por sus impresiones personales. Éste, como ya es sabido, respondió con una frase también coloquial -«nos conviene que haya tensión»- que puede no tener trascendencia ninguna pero que también puede tenerla y mucha. Las frases «Off the record» no dejan de ser comentarios no asumibles por quienes creemos en la oficialidad de las declaraciones, pero, sin embargo, traslucen estados de ánimo que a los más comunes les clarifican ímpetus personales. Cuando Rodríguez Zapatero significaba la necesidad de crear tensión, los proclives a creer en su infinita bondad interpretaron que no estaba evidenciando otra cosa que la necesidad de darle emoción a la campaña, tono muscular a su electorado, movilización a sus seguidores. No deja de ser esa la gran preocupación del PSOE, como sabemos: si los mismos votantes que se movilizaron en 2004 -por extraordinarias razones de todos conocidas- se quedan en casa, las posibilidades de volver a ser elegidos menguan notablemente, siendo el primer caso en democracia en que un presidente tiene problemas para renovar su mandato tras su primera legislatura. Por otra parte, quienes más desconfían del supuesto talante de ZP y ven en él a una fiera corrupia -que no digo que no lo sea-, interpretan esa llamada a la tensión como un grito en la selva reclamando crispación, leña, juego sucio, dobermans por doquier y demagogia sin freno. Todo puede ser, no digo que no. Conociendo las prácticas de los socialistas en las muchas campañas que llevamos vividas, sabemos a ciencia cierta que la crispación, aunque sea artificial, les beneficia. Por otra parte, de ser obligatorio el voto en España el PP lo tendría ciertamente mal para gobernar, de ahí que a los estrategas de Ferraz les convenga que no se quede nadie en casa el próximo día nueve. Esa estrategia conocida por todos se hace evidente, mira por dónde, merced a un micrófono maldito que se ha quedado prendido y a una conversación aparentemente sin importancia que mantienen entrevistado y entrevistador. Démosle la importancia justa. Evidentemente, es clarificadora, pero ¿cuántas confidencias dichas por políticos no serían escandalosas si un micrófono inoportuno hubiera estado conectado en nuestras inmediaciones?
¡Ay, la baja frecuencia, qué peligrosa es!