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21 de septiembre de 2007

El alquiler de Murphy


Esto de la oferta y la demanda tiene más guasa de lo que parece. Ni siquiera las dos tardes de enseñanza económica que Jordi Sevilla prometió al presidente parecen haber servido para establecer el bien y el mal, la derecha y la izquierda, el norte y el sur de este barrio sésamo perpetuo que viene a ser la acción de todo gobierno. A ver: cuando el alquiler de viviendas no funciona al ritmo que toda mente sensata quisiera, se pueden hacer dos cosas, incentivar la oferta o incentivar la demanda. De las dos, una es la correcta, lamentablemente por la que no ha optado nuestro Gobierno. Si incentivas la demanda -a los que quieren alquilar-, mientras la oferta se mantiene rígida, corres el peligro de que aumenten los precios. Creo que eso se estudia en primero de Económicas, tal como me enseña mi profesor particular, el doctor Rodríguez Braun. Si, por el contrario, facilitas que aumente la oferta y consigues que mayor número de propietarios ponga en el mercado su vivienda, forzosamente descenderán los precios y mayor número de demandantes podrá contratar un piso con vistas al atasco de las dos de la tarde. No hay más tu tía. Sólo varía el silogismo si le incluimos una premisa inesperada: la cercanía de unas elecciones generales. Cuando hasta el periódico amigo te advierte de que lo que has hecho está tan feo como inútil, puede que te pongas a reflexionar e intentes corregir el tiro in extremis, pero ese supuesto no es contemplable en la ejecutoria de nuestro gobierno: lo hecho bien hecho está y al que no le guste que arree. Entre que se pone en marcha esta medida y arranca el cheque destinado a las parejas que acaban de parir un españolito más, el círculo inmediato de ZP ultima nuevas medidas de consuelo popular sobre los restos fúnebres del vicepresidente segundo, víctima de una apoplejía contable. La oposición, en su manía de disparar a todo lo que se mueve, espera el milagro del poste en el último penalti de la tanda de desempate y anima malévolamente al presidente para que amplíe el ámbito de sus regalos a la mayor gente posible con la idea de que peligre el superávit y puedan así señalar la catástrofe que vive enfrente. Estupendo todo.

Quedan tres meses para que se conozca oficialmente la fecha de las elecciones generales. De aquí a entonces asistiremos a no pocos espectáculos dignos de la mejor tradición democrática española, tan breve que viene a ocupar tres decenios de nuestra vida reciente. Rodríguez Zapatero prometerá cine gratis los domingos y Manolo Chaves se ofrecerá para amueblar personalmente los pisos gratuitos que piensa construir y repartir en Andalucía. El Ayuntamiento de Sevilla, sin ir más lejos, obligará a los propietarios de viviendas vacías a ponerlos a disposición del partido recalificador de edificios propios y dispondrá que cada ciudadano sin propiedad pueda instalarse en los apartamentos que hayan sido ocupados sólo en Feria y en Semana Santa. Cuando Solbes esté a punto de inyectarse cocacola en el conducto lacrimal y el gobernador del Banco de España se disponga a la autoinmolación con un grupo de sus funcionarios más selectos, el Gobierno echará cuentas y puede que se perciba entonces de que se la ido la mano con los mordiscos al superávit en épocas de mudanza. No sé si dará tiempo a las dos lecciones prometidas de economía, pero puede que ya no sirvan para mucho: el pueblo español decidirá si las ofertas eran buenas y en el caso de que las decline le corresponderá al que llegue recomponer el patio. La cacareada recesión cubrirá el cielo como los nubarrones de invierno cubren las tardes de domingo y veremos quién es el guapo que encuentra paraguas en las pocas tiendas abiertas. El panorama es indeciso, de acuerdo, pero como le dé por romper según los postulados de Murphy, aquél que decía que si algo puede salir mal, saldrá mal, ya podemos correr a guarecernos en los<


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