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13 de febrero de 2009

Un muflón llevo en mi pecho ardiente


QUE dos autoridades del Estado pasen juntos un fin de semana no es, de momento, sospechoso de nada. Que sea de cacería en el escenario de Sierra Mágina tampoco. Antes al contrario, habría que alabarles el gusto: hay pocos aceites, por ejemplo, como los que produce Damián Salcedo, el hijo del gran Juanito, en los alrededores de Baeza, perla renacentista andaluza emparejada con Úbeda. Garzón y Bermejo no serían los primeros españoles en disfrutar legítimamente de una finca poblada de muflones, jabalíes, ciervos, gamos y cabra montés -aunque reducida por la sarna- de entre todas las que pueblan los latifundios de la mitad sur de España. Están en su derecho: la caza es saludable, ecológica, y estabilizadora de sistemas. Nadie ama más el campo y los debidos equilibrios naturales que los cazadores. Pero dicho esto, el week-end cinegético del fiscal metido a ministro y del juez instructor metido a justiciero campeador tiene otra guasa que merece ser analizada con cuidado. La polémica surgida por el encuentro circunstancial de ambos personajes ha pretendido ser menguada con el argumento de que se ha tratado de una mera coincidencia que ha supuesto no poca sorpresa para ambos. Dos compañeros de taller, en suma, se encuentran, escopeta en ristre, en una hermosa finca llamada «Cabeza Prieta» y pasan una agradable mañana juntos disparando venados y coronando la jornada con un suculento plato de migas sin mediar más protocolos personales que el decirse «coño, Mariano, ¿tú por aquí?». Puede ser. Pero la realidad sabemos que es otra. El viernes día 6, a las nueve de la noche, cenaron juntos en el Hotel del Val, en Andújar, el ministro de Justicia, señor Bermejo, su esposa Susana Sánchez Herrero, la fiscal Dolores Delgado, el juez Baltasar Garzón, escoltas y otros funcionarios en lo que se supone que fue una jornada «entre compañeros» y de lo que no hay por qué sospechar nada doloso ya que resulta perfectamente verosímil que así sea. Todos son amigos y tienen muchas cosas de las que hablar. Dos días después se desplazaron a la finca en cuestión, enclave cercado situado en el Parque Natural de Sierra Mágina, provincia de Jaén, en el municipio natal del magistrado. La finca es propiedad de José Peñas Pérez, empresario de la industria farmacéutica residente en Cataluña, la cual fue adquirida merced a la fortuna de un suculento premio de la lotería de Navidad. Cazar un muflón cuesta unos dos mil euros, pero nada hace pensar que los invitados hubieran de desembolsar ese dinero: es perfectamente factible que fueran invitados a ello en virtud del paisanaje y amistad de uno y otro. El lomo, las alubias y el jamón van en el lote. Hasta aquí todo es normal: si usted o yo tuviéramos una finca de estas características y fuéramos aficionados a la caza también llevaríamos a nuestros amigos a pasar un fin de semana entre encinas, olivos y venados. Concurre, no obstante, una circunstancia que agrava la situación: Bermejo es ministro socialista y Garzón instruye a su manera un sumario sobre presuntas conductas delictivas de miembros adyacentes -o constituyentes- del partido de la oposición al gobierno del que forma parte el primero. No presumo connivencia ninguna, pero advierto una inoportuna francachela entre ambos que hubiera sido mejor haber evitado. No sólo no lo hicieron, sino que planearon una fiesta de escopetas que intoxica la de por sí sospechosa ejecutoria del juez. A modo de ejemplo: al juez Gómez de Liaño consiguieron quitarle de en medio del caso Sogecable por haber comido con Jaime Campmany, impulsor de la denuncia, actuando como testigo el propio juez Garzón. ¿Qué habría que hacer en este caso?

Por lo visto, hay muflones y muflones. Unos despiertan iras y otros condecoran el pecho ardiente de los cazadores de Montesquieu. Ustedes mismos.
 


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