La mugre general que recubre las capas principales de la política catalana ha ofrecido en las últimas horas uno de sus más marronaceos destellos: el PSC citará implícitamente al PP en el lema de su campaña para excitar el voto afirmativo en el referéndum del Estatuto catalán, y lo hará acusándole de maniobrar contra Cataluña y de desear poco menos que su desaparición. Contra Cataluña, obsérvese. No es nuevo. Arcadi Espada titulaba así un libro imprescindible, publicado al calor de la reacción arrebatada y visceral con la que los políticos nacionalistas catalanes reaccionaron al intento de fiscalizar la relación de Jordi Pujol con el caso Banca Catalana -una caja B a través de la que desaparecieron unos cuantos miles de millones de la época-. En aquella ocasión, como bien recordarán, el presidente de la Generalitat optó por la vía más directa hacia el intestino de la reacción popular, envolviéndose en la bandera -para lo cual siempre demostró una especial destreza-, y proclamando ante una masa entregada que la querella no era contra él, sino «contra Cataluña». Cataluña soy yo y si me atacan a mí, ya saben. En esta ocasión, el Pacto del Tinell lo ha puesto a huevo para establecer el paso final, el oficial, el institucional, consistente en proclamar a los cuatro vientos que el PP maniobra no contra ellos, sino contra Cataluña, las dos palabras mágicas.
La burbuja creada por el nacionalismo catalán durante más de veinticinco años de machacona insistencia en la educación sentimentalmente correcta de la población ha hecho que todo lo que quiera ser válido, expeditivo, integrado deba estar dentro de ella. Fuera de la misma está el vacío, la nada. Si no te muestras como un nacionalista que analiza pormenorizadamente cada uno de sus actos para validar la catalanidad de los mismos, estás fuera del sistema, en la calle que ocupan los desheredados, los transeúntes, los infecundos... los malos catalanes, en suma. Para desgracia de la sociedad del Principado, el partido de los socialistas sintió el frío repentino de las encrucijadas históricas y decidió entrar en ese viciado círculo de confianza: se convirtió en un partido nacionalista que, aún bien de abominar formalmente del concepto, asumió plenamente los reglamentos del mismo hasta llegar a la praxis política actual, en la que parece competir por que nadie le arrebate la antorcha con la que los guías iluminados conducen el devenir histórico de los pueblos. El lema de la campaña del PSC -«El PP usará tu No contra Cataluña»- no es más que la desfachatez ideológica de quien busca el golpe bajo para asegurarse la victoria en el cuadrilátero. En el seno de esa amalgama de oportunistas integrados cunde el nerviosismo ante la reválida popular de su proyecto estelar: una participación escasa para refrendar el Increíble Caso Del Estatuto Menguante supondría un revés demasiado duro para quienes han confiado a ese disparate sus próximos veinticinco años de vida, razón suficiente de por sí para sacar a pasear al viejo dóberman que llevan dentro y justificarlo como quien está alerta y vigilante de la inviolabilidad de la burbuja.
Es bastante probable que la ley no les permita manejar ese aserto. La Coca-Cola no puede decir en sus anuncios que la Pepsi-Cola es mala y viceversa. Pero, con todo, el veneno ya está suelto. Retrata más a quien lo sintetiza en el laboratorio y puede que hasta salpique a su propio creador, pero ante la desconcertada -y a veces desconcertante- sociedad catalana puede tener efectos hipnóticos. Se trata de convencer a la ciudadanía de que el nirvana social al que están llamados como pueblo diferenciado puede verse afectado por aquéllos que viven fuera de la fortaleza. Si algún día esos menesterosos son capaces de crear vida más allá de las murallas de lo nacionalmente correcto, el cuento podría acabarse. De ahí la urgencia.