No lo tiene fácil Zapatero, Su partido es un aula revuelta, una contradicción permanente, una asimetría de ideas. Bono dice que no piensa pedir papeles a los ilegales —o indocumentados, que es casi lo mismo— como si él tuviera que pedir papeles a nadie —¡todos a Toledo!—, Chaves quiere cobrar impuestos a las tabaqueras —fuego de artificio, Andalucía no despegará sólo con cohetes—, e Ibarra a las Cajas —lo cual, creo, admirado Juan Carlos, es un error—. Iglesias quiere beberse él solo todo el Ebro y anda repitiendo las mismas frases supuestamente ingeniosas en todas las entrevistas; Antich pacta con el diablo para gobernar con «ecotasas»; Maragall se siente cada día más asimétrico —«eso del Federalismo Asimétrico es una de las tonterías más grandes que he escuchado últimamente», ha dicho el sensato y brillante socialista Escuredo—; el tal Touriño se empecina en pactar con los lobos independentistas que habrán de devorarle finalmente y los socialistas vascos… han de ver con vergüenza cómo Elorza le baila el agua al contrincante. No lo tiene fácil, digo. El pasado se le aparece en forma de sentencia, y aunque quiera pasar la hoja, hay páginas con mucha letra y mucho nombre propio que pesan un quintal en la historia colectiva: aún hay decisiones judiciales pendientes que no habrán de resultar agradables. La ciudadanía percibe discrepancias de criterio en asuntos de Estado tan delicados como la Ley de Extranjería o el Plan Hidrológico, y notables errores de tiro en el castigo a un Gobierno que bien merece que se le saquen los colores en algunos asuntos. Los votantes de izquierda acabarán añorando a Guerra —yo le añoro, mi drama es ser humanamente guerrista— poniendo orden en las agrupaciones, y eso no conviene. De nada parece servirle a este leonés honrado y sincero ser el líder político más valorado en España: da la impresión de que sus correligionarios no se lo creen y prefieren hacer la guerra por su cuenta. Habría que escribir el libro «Un día en la vida de Zapatero» y saber cómo convive con los sobresaltos.
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