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19 de octubre de 2007

Jordi y Enriquito


Los nombres propios no se traducen. Vale. Usted se llama Imanol aquí y en la China. Sí. Pero también se llama Manuel en Almería y en Cataluña. Si en Almería Manel es Manel, no veo porqué en Cataluña Pablo tiene que ser Pau, cosa que ocurre automáticamente con todos los documentos que la administración autonómica le dirige a usted si es ciudadano del Principado, quiera llamarse Pablo o Teodoro. Veamos.

La irritación tabernaria que exhibió Carod Rovira en televisión es la propia de un chulo intolerante que transmite la suficiencia de quien se sabe protegido por el poder de sus escasos pero transcendentales votos. Pero ahora se trata de otra cosa. En Cataluña tienen tendencia a traducir los nombres propios mediante dos mecanismos: el primero es meramente acogedor y lo realiza, para entendernos, un grupo de amigos con un recién llegado como una forma de integración simpática; el segundo es una imposición administrativa sin ningún tipo de gracia. Un compañero de ferrocarriles, de nombre Jorge, era conocido en nuestro círculo sevillano como «Jordi» merced a un tiempo pasado en Gerona, de donde importó el nombre con el que en forma cariñosa allí le rebautizaron. Con «Jordi» se quedó y nunca supuso ningún problema, antes al contrario. «Jordi» por aquí, «Jordi» por allá.

Un buen amigo catalán que realizó estudios junto a la Basílica de la Macarena, de nombre «Enric», siempre fue y es conocido entre nosotros como «Enriquito», siendo así que cuando nos llama desde su Granollers natal al efecto de anunciarnos una visita feriante siempre lo hace advirtiendo «Enriquito llega en cuatro días, enfriad el vino». No pasa nada. Y no pasa nada porque no hay mala leche.

Otra cosa sería que la Facultad de Medicina de Sevilla le hubiese emitido el título de doctor a nombre de «Enriquito Tal y Cual», momento en el que, supongo, Enric hubiese recordado que no es exactamente así como fue bautizado. Pero eso no ha pasado, evidentemente. Como supongo que tampoco pasaría en la Central de Barcelona, en la que uno siempre fue Carlos y nunca «Carles».

Pero esa buena voluntad que se manifiesta en las relaciones personales -siempre que no aparezca en pleno baile un mamarracho como «Josep Lluis»-, se convierte en una pequeña ley del embudo cuando se trata de aplicar toponímicos concretos en organismos oficiales. En la televisión pública catalana, la muy noble y aragonesa ciudad de Zaragoza es escrita siempre como «Saragossa», cosa lógica cuando se habla en catalán; sin embargo, la televisión andaluza es recriminada cariñosamente cuando para nombrar a Gerona utiliza la forma castellana en virtud del idioma oficial de la Comunidad.

Aquí, «Girona»; allí, «Saragossa». El afán traductor del libro de estilo de TV3 llega hasta la barbaridad de traducir, incluso, el nombre de entidades de derecho privado como son los clubs de fútbol. Si usted sigue los resultados de la liga española a través de la televisión de la Generalitat observará cómo el equipo de fútbol de la ciudad de Córdoba es escrito como «Córdova» y el de Cádiz como «Cádis», tontería parecida a titular la Unió Esportiva Lleida como «Lérida». O a llamar «José Luis» a un histérico que se llama «Josep Lluis».

Pues no hay manera. En Andalucía, «Lleida»; en Cataluña, «Córdova». Atendiendo a ello, me gustaría saber, por ejemplo, cuál es la forma políticamente correcta de utilizar el gentilicio de «Girona» cuando se habla en castellano: ¿«Gironinos»,


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Comentarios 1

19/10/2007 22:07:06 divi
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