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27 de enero de 2005

El talento analítico de la ministra


El cine español ha perdido espectadores. Digno de lamento. O no, no sé. Si la radio española perdiese oyentes, la autoridad competente miraría para otro lado y se ocuparía de sus cosas y no les echaría la culpa más que a los profesionales responsables de realizarla. El cine, al ser cultura y no industria, está, por lo visto, sujeto a otros considerandos. Si los cineastas españoles no convencen -a pesar de su talento- a un determinado número de personas que optan por otras ofertas, los ministros afectados se mesan los cabellos, lamentan la falta de conciencia del pueblo y le acusan de haberse dejado influir por consignas hostiles. ¡Viva la libertad!

Algo me dice que si una película es un sublime ejercicio de calidad, el respetable acude a las taquillas a pesar de la antipatía que pueda provocarle alguno de sus creadores. Determinados ejemplos abundan este aserto: Javier Bardem habría irritado, a decir de algunos observadores, a un sector de público más inclinado a bailarle el agua al anterior Gobierno del PP; sin embargo, su impecable y arrolladora calidad interpretativa hace pasar por alto esas antipatías y los cines se llenan para ver «Mar adentro», que es una película tan extraordinaria fílmicamente como discutible en su fondo editorial. Otro: las películas de Santiago Segura, incluido en ese «círculo del mal» en el que andan diversos actores críticos con las políticas del Gobierno anterior, arrasan en taquilla gracias a su peculiar forma de entender el divertimento y proporcionan suculentos beneficios a su despierto productor. Ahí no cabe la política hostil. Habrá cabido, si seguimos el silogismo gubernamental, en ese valiente documento contemporáneo de denuncia titulado «Hay motivo» con el que se despacharon varios cineastas poco antes de concluir la anterior legislatura. Ante ese derroche de creatividad incontrolada, el público español se comportó de forma cainita: en torno a mil ciudadanos se solidarizaron con el desinteresado ejercicio de análisis que practicaron directores de prestigio. Incomprensible, pero cierto. ¿Y qué ha pasado con los demás ejemplos? ¿Por qué extraña conjura la asamblea tácita y secreta de los espectadores españoles ha decidido dar la espalda a la ensoñación de un puñado de valientes?: la ministra de Cultura ha dado con la clave tras no pocas sesiones de análisis con su gabinete de exégesis social. Dice Carmen Calvo que no se trata del acierto de Scorsese ni de la técnica de Spielberg, no es cosa de la contumacia temática de los creadores españoles ni de la sobreactuación de algunos actores o del bajo nivel de los guiones plagados de tacos o de expresiones supuestamente cotidianas. No y no. La culpa es del PP. Su reacción hostil a la libertad de criterio de los directores españoles ha hecho que el espectador medio prefiera ver «El aviador» que «Pocholo y Borjamari», que es un engendro divertido, que conste, pero que igual no tiene el mismo tirón.

No se trata de que no haya carne, no; no es que no se acierte con lo que quieren los que pagan a la amable taquillera, ni mucho menos. Se trata de que la jodida derecha le ha puesto la proa a la cultura y está dejando esto hecho un erial. ¡Menuda finura de análisis, vaya puntería en la interpretación de los hechos, qué claridad en la traducción de esa difícil ciencia de la movilidad social! La sociedad española puede tener la tranquila satisfacción de saber que su cultura está en unas manos serenas que defienden con la verdad cualquier embestida de la sinrazón, de la barbarie, de la incivilidad. Nuestros creadores cinematográficos, lejos de autoflagelarse con conciencias doloridas por su falta de éxito, duermen hoy tranquilos al saber que no están solos: a la puerta de la Academia, la ministra, armada con un rayo por espada, vela su sueño y protege su descanso.
 


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06/02/2005 14:51:38 CRISANTO PARRA GARCIA
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