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20 de marzo de 2015

Estado de debilidad


NO supone ninguna sorpresa la reivindicación por parte del llamado Estado Islámico de la masacre de Túnez. De hecho, no supondrá ninguna sorpresa la próxima acción de gente dispuesta a morir en cualquier lugar de Europa, tal y como ha preconizado el primer ministro francés Manuel Valls.

Dicho Estado Islámico, el Califato heredero de los supuestos herederos de Mahoma, tiene petróleo, comercia con antigüedades y obtiene beneficios de los rehenes que apresa, con lo que dispone de medios suficientes para armar a los cerca de 40.000 combatientes que militan en sus filas y a todos los que andan sueltos por el mundo. Conocida la brutalidad de la acción de tal envergadura que ni siquiera el pobre imbécil de Willy Toledo se ha atrevido a decir que es un montaje de Occidente, es fácil prever que no habrán de pasar muchas semanas antes de producirse otra masacre en cualquier punto del globo, amparada por la exigencia a toda la humanidad de que respete las normas de su religión sin que ellos tengan que respetar la de los demás. Sorprendentemente, los hechos de Túnez no han motivado, como ninguno anterior, movimientos de masas manifestantes contra el terrorismo islamista y mucho menos de colectivo musulmán alguno, los cuales apenas pasan de algunas palabras decoradas de buena voluntad pero claramente minoritarias. Da la sensación de que especialmente la opinión pública de la vieja Europa prefiere siempre hacerse dócil, cómoda y culpar a los mitos de siempre: los norteamericanos, por supuesto, la globalización o la pobreza.

Son días indicados para volver a la lectura de los textos de uno de los intelectuales más sólidos y lúcidos que Francia ha regalado a Occidente: Jean François Revel. Describía primorosamente el marsellés desaparecido en 2006 los eternos complejos de su sociedad: en el mundo de la información él era además extraordinario periodista la escuela es el primer eslabón, y la francesa adolecía desde mediados de los sesenta de la cobardía que con los años se ha extendido a diferentes escalones de la sociedad. Profesores y colegios han caracterizado su actuación con una absoluta dejación ante desafíos y problemas, no atreviéndose a intervenir ante actos germinalmente delictivos, de la misma forma que la Policía hace que no ve cuando se conculca la ley en barrios musulmanes de la periferia, esos que no se han integrado en la generosa sociedad de acogida ni siquiera en segundas o terceras generaciones.

El jurista francés Badinter lo describió con una aplastante definición: «Hemos sustituido el Estado de Derecho por el Estado de Debilidad». Como siempre ha denunciado Revel, la inacción motivada por una indudable falta de coraje es el problema; en consecuencia, resulta mucho más confortable girar la mirada hacia los Estados Unidos para que estos y solo estos sean quienes desplieguen la respuesta bélica y vuelvan a poner medios y muertos en la pelea global. Indudablemente tendrán que hacerlo, pero esta vez Europa lo va a tener difícil para escabullirse: podrán elaborar los pazguatos discursos que quieran, pero tendrán que arrasar las bases que ISIS ha instalado en territorios vecinos como el libio, por ejemplo. Y así los demás, ya que lamentablemente no hay más maniobra contra el terrorismo apocalíptico que responder con uso justificado de la violencia y desarrollar mecanismos de protección y prevención contundentes y seguros.

No existe la seguridad total, y menos ante tipos dispuestos a morirse para libar los senos de las setenta vírgenes que les esperan en el paraíso, pero sí existen las contraofensivas que dejen su escenario como un erial. Lo demás, como señalaba Revel, son pamplinas acomplejadas. Ese terrorismo apocalíptico, total, del que ya alertó largamente el francés, toma prestados medios y tecnologías de la sociedad occidental para abatirla y, por demás, sustituirla por un sistema arcaico y empobrecedor. Supongo que los que estamos a este lado tendremos derecho a impedirlo y no solo a lamentarnos.


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