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7 de mayo de 2004

El periodista eliminable


¿Qué es un “periodista crítico”?. Dícese, tal vez, de aquél que no ríe las gracias del político seducido de estar redimiendo a su grey o del gestor convencido del dechado de bondades que le adorna.

¿Qué hacer con ese periodista?: se le puede ignorar, se le puede intentar convencer o se le puede acorralar, eliminar, atosigar.

El gobierno  tripartito de la Generalitat de Cataluña ha elaborado un listado de los amigos y los enemigos, y en él debemos estar un puñado de tozudos infieles incapaces de maravillarnos con las genialidades de una serie de actores inimitables de la política. La cosa no es nueva.

Los periodistas que ya tenemos una edad y una cierta experiencia en el trato con los responsables públicos sabemos que estos tienen dos formas de variar nuestro criterio, una legítima y otra ilegítima. No es ningún pecado intentar que un comentarista político varíe su opinión tratando de convencerle: se reúne uno con el gacetillero, se le explica lo bien que se están haciendo las cosas, se intercambian opiniones, se coquetea con determinadas informaciones reservadas, se brinda algún tipo de confidencialidad y se establece un canal de comunicación.

Eso se hace todos los días y es legítimo, como digo. Luego el columnista o informador toma sus conclusiones y actúa en consecuencia. Sin embargo, otro camino muy distinto, ilegítimo, es el de la intimidación, el de la presión.

No debe ser fácil, en el caso de un responsable público, desayunarse algunas mañanas con aceradas críticas o con informaciones desfavorables, pero ello no legitima para considerar enemigo mortal a quien difiere en el análisis: hay políticos que, efectivamente, amenazan, coartan y actúan con métodos reprobables.

Los hay que tratan, directamente, de suprimirte y los hay que utilizan vericuetos de presión para condicionar tu criterio: la labor de los directores de los medios estriba, precisamente, en proteger tu independencia y en garantizar tu continuidad.

En mis años empleados en la radio pública, especialmente sensible al dictado político ya que estos se creen en la titularidad del medio --sea cual sea el partido que administre el gobierno--, no pocas veces ha sido pedida mi cabeza o la de algún otro compañero, pero debo decir que he tenido la suerte de coincidir con excelentes profesionales que han sabido torear la cuestión con indisimulada habilidad: Diego Armario, Francis Romacho, Mercedes de Pablo, González Ferrari sacaban la muleta y lanceaban con arte al morlaco de turno evitándome la violenta situación de tener que elegir entre mi criterio o mi puesto de trabajo.

Desafortunadamente, claro, no siempre es así. Pero lo que hoy nos ocupa es el tono del estudio que los muchachotes del gobierno de Maragall emplean para referirse a los medios no afectos, a los que pretenden “controlar y democratizar”: cuando un político de naturaleza sectaria como los que gestionan el gobierno catalán habla de controlar y democratizar, lo que está diciendo es que todo aquél que mantenga posiciones críticas se vaya preparando para conocer el frío de la calle, y al frío de la calle se llega de muchas maneras.

Ya sabemos que todo lo que no sea decir que los tripartitos son altos, guapos, listos y clarividentes supone caer en una lista negra de la que, por lo visto, se libra una parte notable del periodismo catalán, tan bondadoso él con los que tiene cerca.

Los demás, los que estamos vendidos al oro enemigo, no pasamos de ser una suerte de lacayos de los poderes negros, sombríos, de la reacción. A mí, como a tantos otros, me resbala que un político me salude o no, o que me trate con desprecio o que me mire con odio, sólo faltaría, pero me desalienta notablemente que me considere eliminabl


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