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11 de octubre de 2013

12-O, Barcelona


La cita, como les digo, es el día 12, mañana, a las doce del mediodía

EL 12 a las 12. La cita. Plaza de Cataluña, corazón de todas las Cataluñas; esas que parecen solo una pero que, en sí misma, son varias. Las Españas, tantas y tan revueltas, tienen la obligación estatutaria de ser eso que ahora se dice «plurales». Plural –que es palabra singular– es el nuevo viejo mantra de la política, la nueva contraseña para abrir la caja mágica de todas las convivencias posibles. Estás perdido si no eres «plural». Curiosamente cualquiera de las partes de España, esencialmente Cataluña, puede permitirse el lujo de ser «singular», casi monolítica, única en su esencia, sin variables internas. Quienes reclaman la pluralidad de España suelen ser muy poco dados a su propia pluralidad, aunque pueden engañarse tanto como quieran: la realidad en Cataluña es caleidoscópica, los hay verdes, rojos, azules, altos, bajos y mediopensionistas. Sólo ocurre que acontece un problema de visibilidad. En Cataluña no eres «cool» –es decir, no estás a la moda, no eres fresco– si no manifiestas tu adhesión inquebrantable al oficialismo independentista. Es habitual la sorpresa entre comensales de una cena cuando uno de los asistentes se declara partidario de que las cosas estén más o menos como están: «¿Ah, pero tú no eres independentista?», preguntan incrédulos y asombrados. Muchos contestan: «No; ni tú tampoco, pero aún no lo sabes». Hay una incontable sucesión de individualidades (que es una forma cursi de decir personas) que no son visibles, que andan ocultas en la espesura, y que, para desesperación de quienes quisieran que fueran una simple colección de energúmenos, son solo ciudadanos tranquilos y sensatos poco dados al vocerío o a las cursilerías identitarias. Tan decente y respetable debe ser sentirse sólo catalán como sentirse sólo español, o como sentirse las dos cosas a la vez sin que por ello tengan que encerrarte en un psiquiátrico.

Estos últimos han decidido repetir la agradable y estimulante experiencia del año anterior manifestándose festivamente en el centro de Barcelona. Si ningún grupillo de ultras acude a reventar el acto –no creo que los organizadores o la Policía se lo pongan fácil–, un nutrido grupo de catalanes de toda la vida enarbolará banderas que considera compatibles, la catalana y la española, y reivindicará el derecho a ser español en tiempos revueltos. Y a no tener que dejar de ser catalán por ello.

Aunque no se consideren héroes, aunque se trate de ciudadanos normales, de los que hacen a diario posible que Cataluña sea una tierra acogedora y próspera –a pesar de sus gestores–, los convocantes y asistentes saben bien lo que es ser mirados de reojo con la lupa oficialista. Son sospechosos de colaboracionismo con el enemigo, de relaciones indeseables con el opresor. Todo ello siendo tan catalanes como el que más, únicamente diferenciados por su deseo de compartir afanes con individuos de Aragón o de Navarra.

Me consta, incluso, que algunos de los que acudieron a la llamada de la famosa Vía Catalana acudirían también a la llamada del 12 de Octubre si les fuera permitido por la corrección política imperante, habida cuenta que en esa fecha se celebra la gesta que realizaron, entre otros, algunos catalanes enrolados en el sueño descubridor de un pueblo –o varios– empeñado en llegar más allá de sus fronteras.

La cita, como les digo, es el día 12, mañana, a las doce del mediodía. No hace falta ir henchido de ardor patrio alguno, ni es necesario que se nublen los ojos en llanto. Es el día propicio para el patriotismo sereno y civil que consiste en sentirse orgulloso de la pertenencia a sociedades que, en lo transversal, suman todo tipo de disciplinas de origen. Quienes consideren que así es el futuro deseable de una tierra sin extremismos ni griteríos no tienen más que acercarse al centro y darse el placer de reivindicar lo que son.

 


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