Trabajadores saludando con el pañuelo al líder norcoreano, supongo, a su paso por la tribuna popular
El 12 de Octubre, Fiesta Nacional, es una mina para cualquier articulista. Cada año se repite el ceremonial de emociones y orgullos serenamente patrióticos y cada año, a su vez, se reproduce el mismo festival de idioteces y miserias pronunciadas por aquellos que abjuran de la historia colectiva. Estas últimas convocatorias han reproducido el fenómeno de los abucheos que tan propios le fueron a Rodríguez Zapatero, aquél muñeco de resorte fácil para sentarse al paso de las banderas hostiles: a Sánchez le silban convenientemente y él, que se siente ofendidito por semejante falta de vasallaje, le echa la culpa a la eterna conspiración judeo-masónica de la derecha. Lo de siempre. Ayer le recitaron las letanías de los últimos éxitos, que todos sabemos tienen que ver con Txapote y otras hierbas, y el tipo apretó mandíbula y se hizo el dolido. Lo que corresponde. Y, seguramente, lo que se merece, aunque ya sabemos que el Día de España debería ser de concordia y respeto y tal y tal y etcétera etcétera, y todo lo que comprendemos que es correcto y todas las cosas que se encargan de recordarnos los vigilantes de la corrección excelsa y todo el cansancio de siempre. Debutó Leonor, con éxito, y se percibió cierto nerviosismo en los panegirístas del republicanismo pendiente, ese sueño húmedo que choca a diario con la realidad de la praxis monárquica. El imán personal garantiza lazos emocionales, y la joven cadete atraía ayer todo tipo de corrientes minerales de curiosidad y afecto. Mal negocio para los asaltantes del Palacio de Invierno.
Pero la joya que se repite como una mala noche de ajo es la que se expele anualmente, desde la Podemia ociosa de hogaño, con la frecuencia de un reloj vitaminado. Belarra, la inolvidable 'niña de la curva', acudió a su cita con la estulticia otoñal citando al genocidio consabido del 12 de octubre, esa merienda de indios que sin duda alguna España desempeñó hace quinientos años, a diferencia de sus compadres anglosajones. No aporta nada nuevo, es la idiotez de siempre, un plis plas y se pasaporta. La verdadera aportación al folklore del día está en su propuesta para el desfile de media mañana: un pasacalle de trabajadores públicos… tal cual. Como si los militares no lo fueran. Trabajadores saludando con el pañuelo al líder norcoreano, supongo, a su paso por la tribuna popular. Ahora una escuadra de inspectores de Hacienda, luego unos sanitarios en bata blanca, después unos empleados de limpieza municipal de Marinaleda, tras ellos un puñado de empleados de ministerios y una brigada de ujieres del congreso, a continuación una representación de abogados del Estado al servicio de la causa, unos jueces de la asociación políticamente correcta y, en debida formación, activistas de diversas oenegés y manifestantes pro causa palestina ataviados de todo tipo de pañuelos sin que les falte un perejil. Añádanse conductores del parque móvil ministerial donde esta sujeta ha estado hibernando estos años, un puñado de letrados de las Cortes y otros de penenes de la Complutense al paso alegre de la paz.
Así hasta el año que viene.