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14 de octubre de 2022

La obsesión del mamerto


Sánchez encontrará en los medios críticos, que son pocos, la explicación para justificar la nulidad de su política

Por muy pronto que Sánchez se levante, es muy difícil que deje de ser lo que es: un pobre cretino político. Me constan sus esfuerzos diarios por establecer alguna conexión popular con las masas, algún nervio social que expanda la señal social que abandera, un discurso que explique cada uno de sus escobazos programáticos, un anuncio que le sitúe a la cabeza de la carrera progresista para arruinar a un país entero, una foto en la que le abracen dos tiernas abuelitas y un par de obreros de contrata pública o una prédica gestual rellena de desprecio por las estructuras institucionales de España. Pasado ya el episodio vergonzoso de su retraso intencionado para evitar su soledad ante los improperios –a veces indebidos e innecesarios–, Tonino (permítanme la confianza) se vino arriba en el Congreso respondiendo a ese otro ejemplo de sindéresis y equilibrio que se llama Baldoví, uno de los individuos más inútilmente sobrevalorados del Parlamento español. El que hoy sigue siendo presidente del Gobierno ha dicho: «La España progresista tiene enfrente un poder que es el poder del dinero que tiene sus terminales (sic). Usted como yo desayuna la prensa madrileña y también escuchando la Conferencia Episcopal hablando a través de la radio (sic)». Es decir, las medidas no calan porque el poder del dinero y los obispos controlan los medios y bla bla bla.

Sánchez encontrará en los medios críticos, que son muy pocos, la explicación para justificar la nulidad de su política. Leer ABC o escuchar COPE le creará la motilidad intestinal pertinente y la mordedura de los músculos mandibulares con los que caracteriza su descontento, pero difícilmente podrá encontrar en esos contenidos una falta de compromiso con la sociedad que preside. A sujetos como este hay que enseñarles que la disidencia enmarcada en la lealtad institucional no solo es inevitable sino que, además, es imprescindible para que un país circule por las vías de la pluralidad, esa cosa con la que se les llena la boca a estos cuentistas y que solo contemplan cuando afectan a su terruño ideológico. Sánchez, con todas las particularidades que queramos contemplar en el caso acaecido este pasado día de la Fiesta Nacional, sabe que ha perdido la calle y que solo podrá comparecer ante escenarios controlados por sus conmilitones del PSOE, nunca de forma abierta frente a masas no estabuladas. Cree, por demás, que esa circunstancia que conoce y no puede ignorar –por más que quiera–, se debe a la vieja lucha de clases que sigue resumiéndose en las primitivas ideas con las que se manejan sus conmilitones y él mismo, ignorando que el mundo se ha ido reconvirtiendo hasta hacer posible que clases trabajadoras, otrora carne de socialismo, hoy voten opciones diametralmente opuestas. Esa desconexión con la realidad, esa falta de la más elemental prudencia mediática, ese crujir de dientes, son síntomas de descomposición. Por más que los fondos gubernamentales alimenten medios de comunicación de escueto recorrido y alta deuda, que tenemos que pagar todos los españoles, aunque no merezcan, como nosotros, la atención del mamerto.


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