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5 de febrero de 2021

Un escombro de ley


 La «ley Trans», otro cúmulo de experimentos sociales de un grupo de seguidoras de la mala literatura

Es probable que ustedes recuerden la Ley de Libertad Sexual que pergeñó el prodigioso manojo de aficionados del Ministerio de Igualdad, el chiringuito puesto a Irene Montero para hacerla ministra del Gobierno que vicepreside su lo que sea. Era la ley del «Solo Sí es Sí», un engendro jurídico que provocó más de un corte de digestión en los vigilantes de la esencias mínimas que deben adornar los proyectos de ley. Aquellos que peinan el articulado de cualquier trabajo ministerial procuran encontrar los puntos jurídicamente débiles del texto para evitar futuros atascos y elementales bochornos, y los que tuvieron que repeinar el texto original hubieron de dedicar no pocas horas a reconstruir la ruina que llegó a sus manos. Y seguramente ni así.

Hogaño ha sido otra ley surgida de las fantasías animadas de la Banda de La Tarta: la «ley Trans», que debería impulsar el Gobierno y aprobar el Parlamento, no deja de ser otro cúmulo de experimentos sociales surgidos de la probeta de las ocurrencias de un grupo de seguidoras de la mala literatura. Entiendo que conocen alguno de sus extremos: posibilidad de cambiar de identidad sexual a los 16 años sin autorización de ningún tutor, cambio voluntario de identificación sexual con solo manifestarlo en el Registro o inscripción también a voluntad en una casilla indeterminada para los que no crean ser hombre o mujer. Y más entusiastas propuestas de difícil catalogación que el ministerio quiere tener listas y aprobadas para este 8-M del presente 2021. Ya que no podrán repetir la insensatez consentida de 2020, pretenden que al menos se pueda celebrar «indoor» una ley que no deja de ser -a ojos de feministas de toda la vida- una irresponsabilidad de activistas defectuosamente iluminadas.

Las situaciones que se suscitan a poco que se desarrolle la imaginación son tan inverosímiles como ridículas, pero no achantan lo más mínimo a las creadoras del monstruito: si un hombre de dos metros se declara mujer y pretende concursar en salto de pértiga en competición femenina, ¿deberá poder hacerlo o no? Las alegres legisladoras de Igualdad querrán cambiar la legislación deportiva, pero las federaciones internacionales dicen que no y que todo aquel que muestre en los análisis determinados nanogramos de testosterona mejor se abstenga. Un hombre de no poca envergadura llega al Registro y dice que quiere llamarse María Teresa pero que no piensa proceder a intervención alguna que altere su aspecto. Bien, cada uno puede llamarse como quiera, pero ese paso no puede garantizar beneficios en las habituales discriminaciones positivas que están planteadas en diversos ámbitos sociolaborables. Y como esa, decenas de situaciones esperpénticas.

¿Cómo arreglar el escombro? Al PSOE no le hace ni pizca de gracia el borrador, y al feminismo de antaño, el de «perdona bonita», tampoco: te dicen que genera inseguridad jurídica y que la calidad normativa es decepcionante. Pero es el caprichito del vicepresidente que sostiene a Sánchez en el machito. Así que a ver cómo le quitan el juguete a esta chavalería sin que les entre una rabieta.

 


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