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13 de marzo de 2020

La hora de la responsabilidad


Esto pasará y acabará siendo un mal sueño de primavera

No se esfuerce en buscar algún rincón en esta página de opinión -ni en la siguiente- en la que no se nombre la bicha. O el bicho. Es prácticamente el asunto único, el único tema de conversación y, también, de especulación; la obsesión turbada de millones de españoles pasa por discriminar la información de la farfolla y por planear los días de incertidumbre que nos esperan. No se bloquee: sencillamente siga los consejos más razonables y no crea en planteamientos apocalípticos.

Probablemente nos espera un tiempo en el que dispondremos de la oportunidad de conocer nuestra casa milímetro a milímetro, tal vez como nunca antes la habíamos conocido. Revisaremos los libros no leídos, sacaremos viejos vinilos, si es que los tenemos, veremos todas las series pendientes en el televisor y puede que hasta encontremos en el fondo de los cajones viejas fotografías olvidadas y algún que otro documento perdido. Habrá que salir poco, y si lo hacemos, será dejando aparcadas las efusividades: besos y abrazos pasarán a ser una cierta excentricidad que se acabará viendo como un acto de manifiesta irresponsabilidad. Vaya haciéndose a la idea. No piense que en su población están a salvo porque el virus viaja más rápido de lo que aparenta: llegará, contagiará y le obligará a resguardarse.

Los especialistas señalan insistentemente que, de darse el contagio -con más facilidad que en otros casos-, simplemente deberá guardar reposo, hidratarse y medicarse contra los síntomas más elementales, como la fiebre y la tos. Sin embargo, el miedo a lo desconocido hace que muchos crean que nos enfrentamos a una suerte de Apocalipsis. No es así, pero socialmente tiene el coronavirus una repercusión bárbara. Y no digamos en las estructuras macro y microeconómicas. Para no colapsar centros médicos, hemos de comportarnos de una manera elementalmente responsable que permita controlar la expansión, y ello pasa por no ir ni a misa, por ejemplo; ni a la fiesta de la disco, ni a la cena del club, ni al viaje programado, ni al museo, ni de visita. Se trata de un tiempo de contención mediante el cual se pueda frenar la curva de crecimiento al objeto de no saturar hospitales y demás. Un 20%, o menos, de los contagiados precisarán de atención en centros de salud para paliar posibles insuficiencias respiratorias, pero el 80% restante deberán saborear el paracetamol en el sofá de casa. En la medida de lo posible, habría que no dramatizar en exceso la situación y sí mostrar un civismo ciudadano acorde a nuestro deber, que también lo tenemos. No solo tenemos derechos; también deberes. Lamentablemente hay que parar el país y eso pasa por que se pare usted, no sé si tres semanas, o dos, o una, o hasta que la puñetera curva descienda. Hágase a la idea de que va a llover toda la Semana Santa y no podrá salir ninguna cofradía a la calle, como se han hecho a la idea los falleros dejando las cosas para julio. Confíe en el trabajo de los científicos en la esperanza de que el conocimiento humano investigue de forma rápida y encuentre la solución mejor.

Esta crisis ha llegado a nuestra puerta de manera mucho más brusca y temprana de lo que creíamos, y ha caído como un fardo sobre nuestra cotidianidad. Tiempo habrá de revisar el trabajo de las autoridades, si se ha actuado con previsión y tiempo o no, pero ahora es momento de la responsabilidad colectiva asistiendo a un escenario absolutamente desconocido hasta la fecha con pautas de elemental prudencia. No haga caso de los whatsapps tremebundos en los que supuestos médicos desvelan muertes masivas o terribles escenarios de enfermos apelotonados: son mentira. Confíe en el tiempo que nos queda por delante. Esto pasará y acabará siendo un mal sueño de primavera.


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