Este chileno prodigioso entró en la vida de España ocupándola como un ejército
De haber tenido la longevidad a la altura de su labia, de su chispa, de su ingenio, Bobby Deglané acabaría de cumplir cien años. Y se percataría de que –de la misma forma que hay españoles que no lo han conocido– no ha caído en el olvido para todos aquellos que supieron de su explosiva cabalgata verbal. Lo constata Miguel Ángel Nieto, periodista que comenzó a labrar ideas y palabras a su vera, en este libro que está a punto de aparecer sobre la obra y los milagros de aquel chileno prodigioso que entró en la vida de España ocupándola como un ejército invencible. Nieto construyó con éxito las mañanas de Antena 3 de Radio y debió de ser, si no me equivoco, el primer rostro que apareció en una televisión privada en España, allá por el noventa y uno; ahora se ha convertido en profesor de universidad, la San Pablo-CEU, y ahí se esfuerza en convencer a sus alumnos de que la radio no se la han inventado aquellos que ahora mismo están dando voces por ahí. De hecho, la vigorosa radio española de hoy en día tiene mucho que agradecer a los que, como Bobby, revolucionaron los difíciles años cuarenta gracias a una imaginación insustituible. Deglané, sujeto activo de una vida de película, inventó lenguaje y puesta en escena: llegó a España a comentar combates de catch en el viejo Price de Madrid después de haber sobrevivido en el convulso Nueva York de la época y pronto se hizo un sitio merced a su capacidad de trabajo y a sus ideas renovadoras. El barco que lo llevaba a NY desde su Chile natal fue testigo de cómo el joven Bobby, que quería ser piloto, se jugó –y perdió– toda la pasta con la que pensaba sobrevivir en América del Norte. A partir de ahí, imagínense. De fregar platos a limpiar zapatos.
Cuenta Nieto que la fuerza que adquirió Deglané en España fue tan fenomenal que, en aquel tiempo en el que llamar por teléfono de un lugar a otro era toda una aventura, Telefónica instaló una red casi paralela para que sus programas de radio pudiesen contar con la participación de los oyentes con toda normalidad. Su poder era inmenso. Por ello lo vigilaba la censura tan de cerca. Además de la célebre frase de «¿Señorita?… porque usted quiere», el chileno hubo de sufrir auténtico calvario por haberle dicho a una señora en directo –y fuera de guión, claro– que sabía que era señora y no señorita «por la forma de coger la botella». El censor pensó inmediatamente en lo que ahora está pensando usted, cochino, pero Bobby le explicó que se refería a tomar en sus brazos aquella botella de gaseosa como si fuera un bebé. El poder sospechaba de él: un hombre capaz de bloquear el centro de Madrid después de una entrevista al incomparable José Luis Ozores también podía bloquearlo con otras intenciones si se lo proponía… No digamos bloquear su querida Sevilla o cualquier ciudad española víctima de alguna inundación. Su reinado fue inapelable. Dejó la SER y a la SER volvió, y en la SER enseñó a no pocos maestros de la radio y el periodismo como el propio Nieto, como José María García, y dejó el camino abierto a extraordinarios creadores como José Luis Pecker, el gran Pecker, el inimitable Pecker, que hace mucho que no me escribe y al que tanto echo en falta.
Sus últimos años no fueron necesariamente fáciles. Lo tuvo todo, lo creó todo –incluso programas que hoy continúan–, lo ganó todo, pero no le había podido ni la avaricia ni la desconfianza. En el año 83 se fue silenciosamente, poco tiempo antes de que nuestro querido Pedro Deglané, su hijo, compañero de la radio, querido amigo, nos dejara tras un aparatoso accidente de coche en la carretera de Andalucía. Hoy, con motivo de sus primeros cien años, Nieto habla de él en un libro que está a punto de aparecer y que merece toda la atención de los cazadores de vidas ejemplares. Al menos, que la atención que no tuvo en la hora de su muerte la tenga en la de su centenario.