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6 de marzo de 2005

El realismo mágico de Lola Álvarez


El secado de pelo consistía en dar varias vueltas en moto a la plaza del pueblo

 


Cuentan que fue el crítico de arte alemán Franz Roh el que, queriendo definir la pintura realista que utilizaba elementos paradójicos –o que venía a dar un sentido sobrenatural a lo ordinario–, creó el término ‘realismo mágico’. Yo no estaba allí para saberlo, pero me creo lo que me dicen. Sin embargo, todos sabemos que realismo mágico es ese arte narrativo que el exuberante Alejo Carpentier trató de definir en El reino de este mundo cuando aclaró que la historia de la América hispana no dejaba de ser una crónica de lo maravilloso en lo real. El equilibrio entre la atmósfera mágica y lo cotidiano, la frontera entre lo real y lo irreal, el carácter fantástico de la vida común… eso es el realismo mágico en el que apoyaron su obra corredores de la letra del tamaño de Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias o Arturo Uslar Pietri. Quien haya conocido el lento goteo de las horas americanas sabe lo que digo. Lola Álvarez, periodista andaluza, española y americana –como modestamente quiere ser un servidor–, me contaba que su aterrizaje boliviano –donde sería directora y salvadora de la ATB, Red Nacional de TV de Bolivia, propiedad del Grupo Prisa– le sirvió para entender, de un plumazo, todo el cargamento surreal o irreal de aquellos predios tan hispanos y tan lejanos a la vez. Quiso la sevillana arreglarse la cabeza, entiéndase peinarse, y acudió a la única peluquería de aquella remota población a la que había viajado a negociar no sé qué con no sé quién. Le dijeron, después de lavar y cortar, si también quería secado. Dijo Lola que sí y la dueña, apartando las delgadas lenguas de plástico que hacían las veces de cortina de su puerta, silbó con los dedos la llamada a su ayudante el secador. Acudiera éste y, ante el pasmo de la española, la invitó a montarse en la parte trasera de su motocicleta: el secado, evidentemente, consistía en dar varias vueltas a la plaza del pueblo a la suficiente velocidad como para que el pelo se desprendiese de la humedad. Aun le preguntaron si era tan amable de sostener un palo con el que ahuyentar a los perros que, ora ladro, ora muerdo, seguían el recorrido de la moto entre un gran alboroto. Y ahí la vieran a ella, sentada a la antigua, rodeando con un brazo al motorista y con otro espantando perrillos, dando vueltas a una plaza en tanto se le iba secando el pelo. Si eso no es realismo mágico, que baje Dios y lo vea. No se trata de restarle méritos a Gabo o a Vargas Llosa, pero los motivos de inspiración a veces están a pie de puerta, esperando a un buen narrador que sepa trasladarlo.

Lola Álvarez acaba de ser nombrada directora gerente de la agencia EFE. Grijelmo, su presidente, le tenía puesto el ojo hacía ya unos cuantos años y donde éste pone el ojo pone la bala. Después de poner en marcha el ICA –Instituto de Comunicación Audiovisual–, en el que llevan un par de años enseñando a licenciados en periodismo el difícil arte de la televisión, la periodista más laureada de nuestra Andalucía va a tener que lidiar con los sindicatos, con los clientes, con los proveedores y con otras hierbas. Me consta que lo hará con el mismo mimo que ha hecho sus trabajos anteriores, pero no se me escapa que esa realidad es muy otra a aquella mágica que vivió en la apasionante América de las cosas. Traigo aquí a colación lo que escribió Alfredo Espino –poeta nacional salvadoreño al que los niños, afortunadamente, estudian en las escuelas– en su emblemática obra Jícaras tristes: «Emperatriz de los canoros rangos / el escondido jugo de los mangos / le dio el azúcar para el ritornelo. / Y tal se ve cruzar, ebria de espacio, / buscando el árbol, su imperial palacio, / bajo la gloria matinal del cielo…».

Pues eso. Suerte.


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