Su fertilidad fue asombrosa y recitaba como el mejor de los actores
Algunos poetas del 27 han viajado en tercera, y en tercera han llegado a los corazones populares gracias a un manojo de estremecimientos derechos que, aunque les dieron el favor del gentío, no les abrieron las puertas de las academias.
Manuel Benítez Carrasco era, en puridad, un hijo del calor del 27, aunque no formara parte de sus vanguardias. La poesía de este granadino viajero y trotón se encuadernó dentro de la corriente que algunos llamaron ‘neopopularismo’, que es una forma de negar esencias desde el mismo título, y cumplió perfectamente con la machadiana máxima de pertenecer al pueblo después de que el pueblo olvidara a quién habían pertenecido antes las coplas que cantaba. Su fertilidad fue asombrosa y, en contra de la costumbre que hace de los poetas pésimos declamadores de sus versos, recitaba como el mejor de los actores.De hecho, saltó a Argentina por vez primera allá por el 47 y fue de compañía en compañía actuando junto con los mejores artistas españoles e hispanoamericanos, de teatro en teatro, de país en país. Se instaló definitivamente en aquel México en el que recalaban exquisitos creadores españoles como Pedro Garfias, Emilio Prados o Manuel Altolaguirre y volvió definitivamente a España, a Granada, a morirse:
«¡Qué mansa pena me da!
El puente siempre se queda
y el agua siempre se va.»
Gozaba de la facilidad de la frescura, de la sencillez aplastante que tienen los poetas que no necesitan excesivos retruécanos para detener brevemente el tiempo en una soleá, para hacer sentir el escalofrío de una media verónica, para dibujar con dos versos todo un paisaje:
«Y pasa el toro. ¿Y qué pasa?
Sólo pasa que, al pasar,
quisiera encontrarse al paso
el río y el olivar».
Sin embargo, no busquen a Benítez en las preclaras antologías de poesía española. Como si no hubiese existido. Mientras en países como Argentina, los poemas de Benítez Carrasco son utilizados en la enseñanza primaria para hacer que los chiquillos conozcan bien su literatura y su lengua, en España hay que acudir al suelo del conocimiento popular para ver su obra reflejada en algún anaquel. Recientemente, por iniciativa de su buen amigo Jesús Rossi y con el auxilio del servicio de publicaciones de CajaSur, ha aparecido una extensa antología de cinco tomos en la que se recoge prácticamente toda la obra poética de este albaicinero sugestivo que dejó escrito aquello de:
«Uno, dos y tres
Tres banderilleros en el redondel
Sin las banderillas
tres banderilleros;
sólo tres monteras
tras los burladeros».
Gabriela Ortega, recitadora rotunda y gitanísima, nieta de la célebre Señá Gabriela –Gabriela Ortega Feria–, sobrina de Gallito y de Rafael El Gallo, carne de la Alameda sevillana –de aquellos tiempos en los que la Alameda de Hércules era el paseo favorito de los sevillanos–, dedicó media vida a recitar las cosas de Manuel. Decía sus poemas con aquellas maneras suyas, a medio camino entre un cante con rajo y