El Semanal |
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20 de septiembre de 2015 | ||
De paseo por León y alrededores |
La cueva de Valporquero, en la provincia de León, no es excesivamente antigua: cuenta con una edad de cuatro millones de años. Pero ese inconveniente lo solventa siendo extraordinariamente hermosa. Es una de esas sorpresas medio ocultas que tiene esa prodigiosa y desconcertante provincia leonesa permanentemente por descubrir. Las estalactitas y estalagmitas desarrolladas a lo largo de los siglos forman salas de una belleza lenta que resulta inusitada, y la organización de visitas y acceso es perfecta. Se llega a través del tránsito por hoces ciclópeas y pueblos recoletos, piedra gris y teja roja, donde se come y se bebe, por cierto, de forma contundente. Las hoces son las de Vegacervera, altas, desafiantes, nacidas de la eterna pelea del agua y la roca, y por la ladera de Valporquero de Torio, cordillera cantábrica leonesa, se desperdiga algún hayedo que aconsejo visitar en paseo sereno, como en general toda la zona de bosques, ríos y desfiladeros que regala el paisaje. Digo que León es una prodigiosa provincia y no quiero simular exageración. La Maragatería es excelsa, y el Camino de Santiago brinda algunos momentos de éxtasis. Salir de Astorga y llegar a Castrillo de Polvazares, paisaje yemení, donde degustar un cocido maragato en Juan Andrés o en Cuca La Vaina, es un regalo para dos o tres sentidos al menos. Vista, olfato, gusto. Salir de Castrillo y llegarse a Rabanal, y después a Foncebadón, y transitar hasta Molinaseca, todo ello es asegurarse los montes de León a tus pies. Paisaje indomable, soberbio, coronado por las viandas que Casa Ramón desperdiga de manera elegante y mimosa, tal como ya he escrito en alguna ocasión, en la aldea que corona una de las etapas más apasionantes y laboriosas del Camino. Viajamos unos amigos desde León a Matallana en los remozados trenes de FEVE (esos que unen León con Bilbao a paso lento) con la intención de desayunar rústicamente en La Cocinona, en Vegacervera, donde la cecina de chivo. No esperen manteles de hilo. Embutidos leoneses y diversa variedad de contundencia. Visita a las cuevas después y comida en La Rinconada, en Coladilla, donde el consabido cocido de chivo nos brindó la oportunidad de comer algo diferente, intenso, distinto, exquisito. Y luego... León. El AVE va a unir la capital de España y la de los reinos antiguos en poco más de hora y media. Valdrá la pena entonces echar un día de paseo por una ciudad tan desconocida como apasionante. Si la provincia leonesa es un cúmulo de sorpresas, la capital es un depósito de tesoros por descubrir. Uno de ellos es, evidentemente, el santo grial. El cáliz de Doña Urraca se guarda en la colegiata de San Isidoro y son muchos los expertos que aseguran que contendría piezas de ónice de la copa de la última cena venerada por la Iglesia de Jerusalén. Al parecer, esa Copa habría llegado a manos de Fernando I de León como presente de los musulmanes españoles, el cual habría sido heredado por su hija Urraca de Zamora. Evidentemente hay controversia científica, pero los indicios son lo suficientemente sólidos como para que se establezca una duda razonable. Independientemente de ello, San Isidoro, cumbre del románico, goza de un panteón de reyes que asombra desde el primer segundo. Los franceses lo convirtieron en cuadra para sus caballos, expoliando lo que pudieron, y Mendizábal hizo el resto; pero finalmente fue restaurado en diversas actuaciones y hoy es una soberbia lección de historia. De San Isidoro a la catedral media un paseo breve, pero hermoso y de ahí al Barrio Húmedo otro tanto, salpicado de acudideros literalmente regios. No es la primera vez que hablo de Camarote Madrid, uno de los cinco mejores bares de España, donde Javi ofrece por igual cordialidad y viandas. Y de tantos otros a los que debo pleitesía y a los que dedicaré atención especial, como La Bodega Regia, Casa Condeso, La Cava de Santa Clara o El Racimo de Oro, sublimes todos. Entre el chivo, el grial, la cueva, los vinos de El Bierzo, y la madre que los parió, tienen a su alcance un fin de semana portentoso. Yo no me lo perdería.
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