Escribir sobre las revueltas venezolanas con diez días de margen entre la entrega y la publicación es correr un riesgo notable. Conflictos como el que se vive en las calles de Caracas y de varias ciudades más derrumban gobiernos supuestamente sólidos o se disuelven en dos días merced a la violencia extrema del poder. Puede que se publique este artículo y Diosdado Cabello haya dado un 'autogolpe', puede que Maduro haya cogido las de Villadiego, puede que unas muertes más hayan disuadido a los manifestantes... y puede que todo siga igual, que es lo más probable. El pueblo venezolano, como sabemos, está siendo fuertemente castigado por la inoperancia de un régimen absolutamente inepto: inflación superior al cincuenta y seis por ciento, atroz inseguridad ciudadana, criminalidad oficial y desabastecimiento de productos esenciales son algunas de las características que ha acentuado el chavismo, con o sin el payaso fundador. Que un país que atesora incalculables reservas de crudo padezca un déficit exterior tan anormal como el que sufre Venezuela da a entender que las cosas nunca se hicieron bien, pero que ahora, además, se están haciendo rematadamente mal. La gran condena venezolana, paradójicamente, ha sido su petróleo: ofrece beneficios tan instantáneos que caes en la tentación de no industrializar debidamente el país, de manera que, cuando todo sube como consecuencia del aumento del precio del crudo, a ti te cuesta más, ya que no fabricas nada y todo lo compras fuera. Ingresas más de momento, pero en el balance final sales perdiendo, ya que no tienes músculo industrial para abastecerte medianamente.
El problema, evidentemente, no lo creó Hugo Chávez, viene de lejos, pero su inmenso poder no fue utilizado para iniciar un camino claro hacia el futuro. Antes al contrario, el modelo chavista y el del tonto este que lo ha heredado es una réplica del que ha condenado a Cuba a la miseria y la pobreza total. Venezuela le regala cientos de miles de barriles diarios al régimen cubano, tanto para su consumo como para que este revenda lo que le sobre por ahí, con lo que la ayuda estratégica básicamente en agentes represivos y algún que otro médico es considerada imprescindible para sujetar un régimen, el venezolano, que si cae se lleva por delante el esquelético estado de las cuentas en Cuba. Hasta tal punto llega la inexplicable política energética venezolana que la empresa pública de petróleos tiene orden de proveer a los países amigos a cambio de cuatro chucherías: Uruguay le manda queso; Nicaragua, carne; y Ecuador, tejidos. Y, siendo productor líder, tiene que importar gasolina, ya que no tiene refinerías adecuadas para surtir de combustible a sus gasolineras. La gasolina venezolana es la más barata del mundo, tanto que si multiplicasen el precio por cinco aún lo seguiría siendo, y está fuertemente subvencionada, de manera que se gasta en ello más que en sanidad o educación. Ni siquiera Chávez se atrevió a dejar de prácticamente regalar gasolina por temor a la eterna amenaza de los 'caracazos'.
Lo que se está jugando ahora en las calles de las ciudades venezolanas es mucho más que la permanencia de un bobo con chándal al frente del país: es la posibilidad de torcer el rumbo de una sociedad dinamitada por la eterna corrupción, la criminalidad rampante, la perplejidad de saberse ricos y comprobar que son pobres... y por el fantasma de acabar siendo una ruina absoluta como la cubana, la madre y maestra que factura los matones que se agazapan de brigadistas populares y andan pegando tiros por las calles de Caracas. Las cosas no se arreglarán con el pensamiento fácil de muchos venezolanos que se preguntan «¿y a mí cuándo me van a dar mi parte de lo del petróleo?». Las cosas habrán de pasar por pedregales de sacrificio para conseguir ponerlas en orden y garantizar una vida sostenible y digna a los ciudadanos de un país fascinante como la República de Venezuela. Y desde luego eso no lo va a hacer este histérico presidente que habla con pajaritos. Habrá que confiar en que algo pase... y que sea bueno. Aunque viendo lo que hay, cualquier cosa puede ser mejor.