En los momentos en los que más aprieta la presión de un interlocutor avezado por conocer mi trío de intérpretes imprescindibles, y descartando incluir en el listado a creadores excelentes como Dean Martin o Michael McDonald, no dejo de citar a mi par de tótems, Tom Waits y Van Morrison, y añado, con la curiosidad por saber si mi contertulio lo conoce, al grandísimo italiano Mario Biondi. Precisamente ayer decidí pasar la tarde con un par de sus discos: el rato no pudo ser más jugoso. La voz de Bondi es una bufarada de aire cálido, un aroma de estufa de gas al venir de un pasillo frío: muchos le han querido empatar con Barry White, al igual que a White le quisieron empatar con Isaac Hayes, pero Biondi tiene vida propia, swing propio, compás personal.
Es un tipo calvo y cuarentón, nacido en Catania, en el seno de una familia que cantaba. Anduvo por coros varios y empezó a cantar desde atrás acompañando a clásicos como Peppino Di Capri, hasta que en el 2006, o por ahí, publicó Handful of soul, que fue un pequeño desconcierto. ¿De dónde salía ese marciano? ¿Quién era ese tipo de nombre italiano que cantaba con un excelente inglés? La irresistible atracción de una pieza como This is what you are llamaba la atención a cualquiera que se asomara por casualidad a aquel primer disco, como me asomé yo, llamado por otro amigo que recién había topado con semejante individuo. Sonaba a una especie de Lou Rawls, aquel negrote simpático que fraseaba como nadie You´ll never find another love like mine -con su contrafraseo a piano tan sencillo y tan bien puesto- y que moría precisamente por aquellas fechas. «Coño, qué clase tiene este pavo», me dije. Tenía más cosas: buen gusto componiendo y mucho más versionando canciones de los demás. Era adictivo, ciertamente.
No sabría calificar el estilo de Biondi, además. Tiene ramalazos de soul jazz, toques de rhythm & blues y destellos disco que envidiaría cualquiera de los monstruos de los setenta. Sun es el último bofetón de elegancia de este gran cantor de jazz y un buen resumen de lo que quiero decir. En él se ve la mano de gente con criterio, mucho criterio, para sacarle partido a esa voz de pozo seco. Colaboraciones con Al Jarreau y con Omar son algunos ejemplos.
Pero ejemplos para no olvidar son los que muestran la versatilidad de este siciliano: la versión que hace del What a fool believes de los Doobie Brothers ni siquiera provoca añoranza del guante peludo de la voz de McDonald. La que graba en colaboración de los explosivos y majestuosos Earth, Wind and Fire, la banda de Maurice White, los inmortales de Chicago, poniéndole voz a la incomparable balada After the love is gone, esa canción que es un calentón en sí misma y que parece compuesta para que la cantara él, es toda una joya. Como lo es otro clásico imprescindible, Just the way you are, la declaración de amor de Billy Joel: uno siempre se queda con los originales, pero en el caso de esta copla elegantísima uno no sabe qué hacer. La versión del gran Barry White era despiporrante, tórrida como pocas, pero la de Mario no queda atrás y puede incluso confundir a más de uno. De hecho, pruebe usted a mezclarlas debidamente y verá cómo la hondura de uno y otro se funden como los mares inciertos, como los epitelios de transición, esa metáfora tan socorrida que aprendí un día aciago en la facultad.
La tarde la completé con el disco de Navidad que, como buena estrella, ha grabado uno de estos años. La interpretación de Last Christmas queda para la historia enciclopédica de la música de estos años. Eléctricamente contagiosa, su fraseo y contrapunto de viento es un regalo de final de diciembre. Mario Biondi es el tercero de un terceto imbatible: el que me brinda tardes inolvidables en pletórica soledad y en victoria sobre el silencio de invierno.
Un cantor para días como estos.