11 de diciembre de 2024
 
   
     
     
Últimos artículos
¿Qué planes tiene usted para octubre? [ABC]
Siete a cuatro [ABC]
Sanchezstein y sus amenazas [ABC]
Truquitos indecentes de última hora [ABC]
De Palestina y las urnas [ABC]
Cuidado con las represalias tecnológicas [ABC]
El clorhídrico palestino [ABC]
El Semanal
VER-ORIGINAL
28 de septiembre de 2014

El gran Giovanni Perelo


Partíamos de la estación de Lesseps. Línea 3 entonces. Fontana, Diagonal, Aragón y bajábamos en Plaza Cataluña. Yo tenía pocos años y mi madre me llevaba de la mano. Cruzábamos después la avenida de la Luz, una suerte de galería comercial que, nunca supe por qué, olía a barquillos dulces. Tengo ese olor grabado por alguna parte del cerebelo. Y entonces nos subíamos a lo que en sus inicios fue el Transversal, el tren subterráneo que llegaba a Hospitalet. Aquel vagón me llamaba la atención porque hablaba. «Mamá, vamos a subirnos en el tren que habla».

Era un vagón de la serie 400 que anunciaba las estaciones: Hostalfrancs, La Torrasa, La Bordeta, Santa Eulalia, La Florida, y así hasta llegar a casa de Juan Perelló Masllorens y Remei Ferret, aquella adorable pareja de amigos de mis padres desde que eran adolescentes. Juan, Popó, así conocido por sus más allegados que fue un par de años alcalde de la ciudad, era una de las personas con más magnetismo, gracia y personalidad que recuerdo, amigo de los niños, gigante, fuerte e inolvidable. Tenían dos hijos, y uno de ellos, Juan, de mi misma edad, ha sido durante toda mi vida uno de mis grandes amigos, un hermano, una referencia, como Alvarito Díaz, con el que completábamos un trío imbatible. Me acuerdo de un Hospitalet en el que aún se conservaban algunas masías y campos de labranza poco antes del crecimiento desmesurado de aquel pueblo colindante con Barcelona. Creo estar viendo a los abuelos de Juan en el campo trasero de su casa grande, con una larga extensión de tierra sembrada y al fondo, muy al fondo, un tren.

Era tiempo de hortalizas, árboles frutales, cereal, alcachofas y bledes. Años de esplendor de payeses en un pueblo que llegó a tener playa antes de que la segregaran para construir la Zona Franca y que tardó poco en convertirse en la segunda población de Cataluña y en la primera en densidad poblacional. Puede que también la primera en capacidad de convivencia. Hospitalet se disparó por aquellos sesenta y, como dice un magnífico y evocador blog en internet (Imatges retrospectives d'una ciutat, de Luis V. Bagán), «es altamente improbable que sea declarado algún día Parque Natural».Lo mejor de Hospitalet, con diferencia, era Juanito Perelló. Divertido, sentimental camuflado, vividor, nos enseñaba el camino serpenteante de todas las fiestas y de alguna que otra golfería a Alvarito y a mí. Y cuando salía de casa a darle la vuelta a Barcelona como un calcetín, dejaba de ser Juan Perelló para convertirse en Giovanni Perelo. Rubio, de angelical expresión, pañuelo en el bolsillo de la camisa, habla arrastrada de barrio y gracia por arrobas, Giovanni no dejaba títere con cabeza.

Se enamoró de una muchacha morena que acabó dejándolo por imposible y estoy convencido de que siempre le quedó un pellizco por algún rincón del sentidero. Se pasaba tardes enteras en el Kims de la calle Muntaner, uno de aquellos baretos que aún tenían una planta alta para parejas. O en el Leonards, local en el que el camarero iba con linterna. «A las tías hay que darles aventura, nen», me decía siempre que me aconsejaba cómo sobrellevar mis pocas conquistas de entonces, mientras que rompía la funda de un condón con los dientes y escupía lo sobrante al suelo: «Toma, algún día te hará falta». Generoso desde pequeño, Giovanni nunca tuvo nada; fundía lo que encontraba a su paso. Le gustaba jugar a la contra y el whisky con hielo. Las chicas le turbaban y era descreído, burlón, tuno y azotacalles. Y era poseedor de una sonrisa demoledora que le iluminaba el rostro y mediante la cual había desarmado a más de una víctima propicia a su encanto.

No sabía que Juan estaba tan enfermo. Hacía casi un año que no hablaba con él. Imposible sujetarlo con vida. Me cogió de viaje por ahí y apenas pude despedirle. Me vino a la cabeza su almacén de aceites y su canasta de baloncesto, y su macarrez hilarante, su retranca heredada y su pin del toro de Osborne que llevaba en la solapa el último día que le vi («es una forma de tocar els collons aquí, nen»). Que se preparen allá arriba. Lo que les va es menudo. Giovanni Perelo va a hacer aquello mucho más divertido de lo que es.


enviar a un amigo comentar
[Se publicará en la web]
facebook

Comentarios 0

Traducir el artículo de 


Buscador de artículos
Título: 

En el texto del artículo

Texto de búsqueda: 


Administración
  Herrera en la red
  Herrera en imágenes
  Sitios que me gustan
 
©Carlos Herrera 2003, Todos los derechos reservados
Desarrollado y mantenido por minetgen, s.l.