A Juan Carrión lo descubrió Adolfo Iglesias. En realidad fue descubierto por John Lennon, que ahí andaba por Almería rodando una película de Richard Lester, pero quien de forma más directa alertó de la historia hoy premiada fue Adolfico, autor de un libro magnífico (Juan y John) en el que cuenta aquellas seis semanas en las que Lennon anduvo por Almería, en alguna de las cuales compuso una pieza memorable para la historia del pop-rock. Carrión, como es sabido, andaba por su escuela enseñando inglés en los sesenta, cosa harto infrecuente, ya que entonces se estudiaba francés en los colegios y la asignatura coaligada era Literatura Francesa en el quinto de bachillerato de mi época, hace una glaciación. Lamentábamos entonces que el inglés no fuera tan divulgado, pero no éramos conscientes de que, de haber estudiado inglés, hoy no tendríamos nociones de francés. Los que aprendimos francés, luego, nos dedicamos al inglés. Los pocos que estudiaron inglés no han tenido necesidad alguna de aprender francés. Es la ventaja que podemos atesorar quienes desde primero de bachillerato anduvimos con el 'güi mesié' a cuestas: no hablamos bien francés, ni mucho menos, pero su cultura nos es familiar, y su literatura también, desde Voltaire a Rimbaud.
Volviendo al principio: ¿quién era aquel hombre discreto y sencillo que había convencido a John Lennon para que publicaran sus letras en las cubiertas de los discos? Un profesor de Cartagena que tenía el hábil convencimiento de que la letra con música entra y que enseñaba inglés a sus alumnos con las creaciones de esa banda que había escuchado en su tiempo de Oxford y Londres. Hoy, eso es muy sencillo; entonces tenía su guasa, y más si se hacía con bandas tenidas por contestatarias.
Los Beatles, dentro de su dulzura expositiva, de sus canciones de amor, de la elegancia de sus composiciones, eran una revolución. Hoy puede parecer una broma de abuelitos, pero aquella portada del single Michelle, con las cuatro caras melenudas de los Escarabajos de Liverpool (melenas bien cuidadas y peinadas), merecía si acaso un «¡qué asco!» de nuestros abuelos. No tanto de nuestros padres, pero sí de los suyos. El cuarteto prodigioso desafiaba todo lo desafiable, a pesar de la elegancia doctoral de su música, a pesar de las letras inocentes de sus primeros compases. Es evidente que después incorporaron algunas transgresiones, pero los Beatles no vinieron sino a dar calidad a unos años vertiginosos y a crear sinfonías para el tiempo venidero, ese que ha llegado hasta nuestros días con canciones impecables e inagotadas.
Carrión, Juan, como venía diciendo, trataba de llevar las letras de Lennon (y su banda) al encerado de su escuela, pero no era fácil. Aquellos que mejor inglés dominan tienen que recurrir de vez en cuando a los textos que hoy proliferan en cualquier soporte. Baste escribir en Google «Hey, Jude lyrics» para gozar en un segundo de la letra de la canción, cosa no posible entonces: había que agudizar mucho la entendedera para descifrar cada matiz. A nosotros nos pasa cuando escuchamos un cantaor flamenco interpretando cantes de expresión muy entrecortada: solo aquellos con oído avezado descubren todos los matices. Igual ocurre con las bandas de rock inglesas o con algunos solistas norteamericanos (quien entienda bien a mi idolatrado Tom Waits que baje y se presente). Carrión, harto de coles, se acercó a Lennon y le pidió explicaciones. Hoy resultaría imposible que un maestro se acercara a cualquier megaestrella a preguntarle por un palabro de su canción; entonces sí, era otro tiempo; Carrión, otro Carrión, y Lennon, otro Lennon. El genial británico le dio todo tipo de explicaciones, le anotó todo lo anotable y le prometió publicar las letras de sus canciones, tal como sabemos gracias al libro de Adolfo y a la película de David Trueba [magnífico el gran Javier Cámara].
Desde estas páginas le envío mis respetos a don Juan: gracias a usted, profesor, muchos aprendimos nuestro primer inglés escuchando discos de John o de cualquier otro y siguiendo la canción letra a letra. Ambos, Juan y John, solo se vieron media hora, pero fue tan fructífera que sus consecuencias fueron extraordinariamente beneficiosas para una pechá de muchachos. Yo, entre ellos.