Dice Cruyff, el holandés asentado, que el Barça de hogaño da pena, que ha perdido su prestigio mundial. El análisis es deportivo y extradeportivo: las cosas no funcionan como antes y no se trabaja lo suficiente, dice, para mantener las cosas como se hacían en los tiempos en los que se materializaban los éxitos. Es un debate difícil: el estado de forma e inspiración de todos los equipos es cíclico, no se está permanentemente arriba y no siempre se gana, los estados de ánimo son, a veces, caprichosos y la realidad extradeportiva también pesa en la efectividad de esos tipos tan anímicamente delicados como son los jugadores de fútbol. Casos como los que llevan nombres concretos ('Masía', 'Neymar' o 'Acción Responsabilidad Social') desprestigian y pasan factura, y el Barça paga todo ello en la poca precisión de sus figuras. Cruyff fue lo mejor que le pasó al F. C. Barcelona en su historia reciente, esa que empieza aquel día en que debutó contra el Granada en el Nou Camp.
Nadie tiene que contarme lo que pasó: yo estaba allí y vi cómo aquel escuálido huracán salió al campo, marcó dos goles y dio hechos otros dos. El equipo estaba sumido en una crisis espantosa, hundido en la clasificación, y después de aquella jornada ya nada volvió a ser igual: se ganó la Liga varias jornadas antes de concluir jugando un fútbol que yo no había visto nunca y me atreveré a decir tardé mucho en volver a ver. Solo duró una temporada. Después se dedicó a sacar fueras de banda y a pasearse por los campos de forma un tanto perezosa. Se reeditó como entrenador y sentó las bases del Barça que luego ha marcado un antes y un después en el fútbol, lo cual no hace falta que le sea recordado a los aficionados al balompié. Ahora se celebran los cuarenta años de Johan en Barcelona y ha querido la casualidad que una editorial ilicitana me pidiera prologar un libro editado en homenaje a otro grande del fútbol español que también jugaba aquella tarde contra los granadinos: Juan Manuel Asensi.
Cuando el alicantino despuntaba, aún faltaban algunos años para que la Federación permitiera la inscripción de extranjeros (inolvidable la pareja del primer ticket barcelonés: Hugo Sotil): Rifé, Torres, Gallego y Eladio formaban una línea defensiva sólida y cuidaban la portería de aquel desgarbado y elegante Sadurní, mi portero de leyenda. Paco Gallego era el central que mejor juego de anticipación he visto realizar, Reixach disparaba desde medio campo y Marcial, el asturiano elegante con guantes en los pies, tocaba la pelota como los ángeles. Desde Elche llegó Asensi, también desgarbado, alto para la época y con una pierna izquierda que le convirtió en uno de los mejores centrocampistas de Europa. Asensi era todo fuerza, empuje, entrega. Si no hacía veinte kilómetros por partido, no hacía ninguno: su correr cansino disimulaba una enorme zancada y una capacidad pulmonar propia de maratoniano. Lo fue todo en el fútbol español: esperábamos de él el zurdazo providencial o uno de sus remates de cabeza en carrera, sin saltar, a los que nos tenía acostumbrados. Regularidad, lucha, liderazgo, en fin.
Es una pena que los logros del fútbol español de la época no le permitieran acumular los títulos que merecía por su calidad hay que tener en cuenta que el currículum de un jugador no solo lo escribe él, sino los compañeros con los que convive en el tiempo; pero los que tuvimos la suerte de disfrutar con su juego siempre lo tendremos en el podio de los más grandes.
El Barça de hoy tiene otros problemas, alguno de definición extradeportiva que no le beneficia en absoluto, ya que mezclar el deporte con identificaciones políticas nunca ha supuesto beneficio a la larga para ningún club; pero aprovecho estos cuarenta años de Johan para recordar a Juan Manuel y añorar en cierta medida la pasión de aquellos años por unos colores que a día de hoy tienen una significación muy distinta para un servidor. Y bien que lo siento, aunque solo sea por el destello que me supuso asistir, en vivo, aquella tarde de miércoles en las gradas del Nou Camp, al fútbol que se avecinaba.