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17 de mayo de 2015

El cura y los mandarines


Acudí a la anunciada conferencia de Gregorio Morán en Sevilla, convocada por el diario 'El Mundo', con la esperanza de hacer verdad aquello que señala el gran Víctor Márquez Reviriego sobre el autor de 'El cura y los mandarines': ver en directo a alguien «con absoluta falta de misericordia». Es autor de algunas citas editoriales inevitables: desde la biografía de Adolfo Suárez hasta la auténtica historia del Partido Comunista de España, escrita por un observador riguroso, y lo recalcaba Gómez Marín en su presentación: Morán es un fiscal implacable, y lo certifica su columna semanal en 'La Vanguardia', que sigo con fidelidad perruna. Morán es un periodista iconoclasta y feroz, pero con método; es decir, no es un francotirador gratuito. Bajo el brazo llevaba su último libro anteriormente citado: un ajuste de cuentas con la intelectualidad española desde la perspectiva de aquel que tiene un cierto derecho al enojo y al pesimismo. Morán tampoco es cenizo; antes al contrario, tiene una gracia repajolera de la que no abusa. Es minucioso, hasta el punto de que en este libro cita a más de mil setecientos personajes, más que 'Guerra y paz', y lo hace habiendo estudiado cada palabra y cada juicio. También lo hace preguntándose cómo es posible que los intelectuales críticos en los sesenta se hicieran moderados en los setenta y conservadores e institucionales en los ochenta, en un libro, ya les digo, demoledor. Producto del trabajo de diez años; que a mí solo de pensarlo me dan las siete alferecías.

Comienza su relato en los albores de 1962. El Contubernio de Múnich fue un punto de partida, aunque aún no sepamos quiénes eran los supuestos doscientos españoles que por ahí transitaban. Ese tiempo, hasta el 69, es en el que, considera Morán, se dio un cierto florecer de la creación española. Cita dos nombres simbólicos: Martín Santos y Max Aub, por razones distintas. Tanto el autor de 'Tiempo de silencio' como el de 'La verdadera muerte de Francisco Franco' vivieron una inusitada suerte de olvido que aún está por corregir. Max Aub, parisino que decidió escribir en español, tuvo la humarada, tras volver del exilio, de presentarse en una librería de Madrid y preguntarle al dependiente: «¿Tienen algún libro de Max Aub?», a lo que el muchacho respondió: «No tocamos autores extranjeros». Depresión. 

Y llegaron los setenta, donde se iba apagando la conciencia crítica, pero donde también apareció el personaje que Morán utiliza de hilo conductor para el resto del relato: el cura Aguirre, con los años duque de Alba. Aguirre era mejor traductor que escritor, como posiblemente sepamos. Incluso no mal editor. Pasó del FLP a asesor del gran Pío Cabanillas Gallas (gran personaje ¡sin biografía!) y después a director general de Música y Danza teniendo como tenía un oído de corcho. Y luego fue duque, como queda descrito en la crónica de la vida, resultando simbólico, catalizador, emblemático.

Los ochenta fueron, según criterio de Morán, los años en los que el PSOE regó la cultura con subvenciones dando por sabido que las subvenciones se cobran. Tú tendrás lo que quieras, pero cuando yo toque el pito te pondrás firme. Y así ocurrió con el referéndum de la OTAN: es indudable que aquel tour de force al que nos sometió Felipe González por no atreverse a tomar por él mismo una decisión no se hubiese ganado sin el apoyo de los intelectuales. La presión fue monumental, se fracturó a la intelectualidad (recuerden a Juan Benet) y los supuestos agentes que actuaban como falso intelectual colectivo (el diario 'El País') dieron la medida de sí mismos. No hay nada más corruptible que un intelectual, recuerda Morán en su libro: ni siquiera un banquero, que es algo más caro. En la intimidad son muy críticos, luego en la escena pública son tan tímidos como poco audaces.

El libro es un repaso impagable. Resulta de lectura lenta. No tengan más prisa que el propio autor en concluir la obra. No todos los personajes están demolidos, sea dicho. Algunos para el autor son una pequeña incógnita en su trayectoria, desde Delibes hasta López Aranguren, pero todos, los que configuran este Bosque de Letrados, han figurado en nuestras lecturas antes o después como indudables referencias. No dejen, por tanto, de leer este libro fundamental. No dejen de seguir a Gregorio Morán, por lo que más quieran. Quedan pocos como él.


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