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22 de junio de 2014

Mis mundiales II


Después del fiasco del Mundial de Argentina, la esperanza estaba puesta en el que España organizaba en casa y que suponía el estreno en la organización de grandes eventos deportivos. España concurría con una selección triste, sosa, aburrida, con buenas individualidades pero con un conjunto regular y, como no se clasificó debidamente en la primera fase, fue a dar a un grupo con Alemania e Inglaterra (y no en Sevilla, que era lo previsto), en el que fuimos pasados por la piedra y sin pena ni gloria nos despedimos entre la frustración general. Aquel Mundial fue bueno, pero pecó de una organización turística penosa: Italia ganó y Francia empezó a despertar. Hubo quienes creían que el Mundial iba a ser un maná: restaurantes que pidieron créditos para ampliar instalaciones creyendo que iban a ser abarrotados se dieron de bruces con la realidad, que fue nada de nada. Hubo mucha ruina.

Cuando volvió México a organizar un campeonato, España ya fue otra cosa: no olvidaremos en muchos años la tarde de Querétaro y los cuatro goles de Butragueño a la pobre Dinamarca ni el penalti fallado por Eloy ante Bélgica, que nos dejó a las puertas de las semifinales del 86. Miguel Muñoz creó un embrión de equipo infinitamente más resuelto que el del 82 y, posiblemente, mejor que el de Luis Suárez en el 90. En aquella edición nos quitó de la circulación la siempre poderosa Yugoslavia, a punto de perecer como país, después de haber quedado campeones de grupo. Se repitió final y en esta ocasión Alemania le dobló la mano a la Argentina que cuatro años antes había triunfado de la 'mano' de un Maradona en la cumbre. Diego Armando comenzaba una decadencia que se evidenció en la cita de Estados Unidos 94 y que dejó en la retina de los espectadores los desequilibrios de un jugador que había sido bueno, muy bueno, pero que daba paso a un exjugador desdibujado y lamentable. Fue el Mundial del codazo de Tassotti a Luis Enrique y de la injusticia de no pasar de cuartos de final tras el choque contra Italia.

A España la comandaba un magnífico Caminero y la entrenaba un desigual Javier Clemente, que, no obstante el churro del siguiente campeonato, obtuvo un buen nivel en Estados Unidos. La España de Clemente mereció llegar a la cúspide, pero Baggio y un fallo de un buen Salinas nos lo impidieron. Ya Francia empezaba a maravillar. De hecho, España perdió la inviolabilidad en su sede de Sevilla dos años antes ante la Francia de Papin y un joven Zidane que se aprestaba a tomar el cetro de jugador con más clase de estos últimos años. La clase no supone ser un crac (Zidane lo ha sido), supone ser elegante: el rumano Hagi lo era; el español Francisco, aún más. La impagable Francia de Zinedine y diez fenómenos más nos embriagó en el Mundial que organizaron los franceses en el 98. Y que ganaron, claro. Nosotros dimos una penosa imagen ante Nigeria y no pudimos ante el Paraguay de ese gigante llamado Chilabert, que lo paró todo. Y nos fuimos sin llegar a nada. Qué chasco.

Pero la cosa podía mejorar y de eso se encargó Camacho en el año 2002, hasta que un golfo llamado Al-Ghandour, árbitro egipcio al que las empresas automovilísticas coreanas le debieron de regalar un par de coches, hizo lo imposible por que siguiera la anfitriona en el campeonato. Valiente trincón y sinvergüenza. España hubiera llegado a la final, sin duda, pero se quedó, de nuevo, en cuartos. Una vez ahí, en la final, no sabemos qué hubiera pasado. Ganó Brasil, con Ronaldo, Rivaldo y Ronaldinho, que pasó por encima de la Alemania de Khan, una vez más en una final.En 2006, Aragonés apuntó lo que al cabo de un par de años sería la selección de nuestros sueños. La que urdió ese buen tipo que se llama Vicente del Bosque. Desde el 66, nunca nadie nos dio tanto. Eurocopas y Mundial, uno detrás de otro. Aún me relamo.


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